Medio siglo ha transcurrido desde que supuestamente la bota americana pisó la luna, cuando la Guerra Fría estaba en pleno apogeo. En esa época, la Unión Soviética (URSS) ya tenía acumulada experiencia en el terreno de los viajes ultraterrestres. Había lanzado la expedición de Yuri Gagarin, el primer hombre en incursionar fuera de la Tierra (1959), y estaba desarrollando en el futuro inmediato un ambicioso programa espacial.
“Yo no estoy interesado en el espacio, solo en la batalla contra los rusos”, confesó John F. Kennedy al administrador de la NASA en 1962, James Webb, en unas grabaciones que iban a respaldar las memorias que el ex presidente de Estados Unidos nunca llegó a escribir.
La búsqueda de supremacía espacial de Washington en el siglo pasado fue extensión de la batalla que libraba en otros ámbitos contra la principal potencia rival del momento, la URSS, y el modelo comunista que chocaba con los primeros ensayos del capitalismo neoliberal.
Mientras la lógica expansionista del capitalismo se paraliza en el planeta producto del nuevo coronavirus, la carrera espacial de aquellos tiempos vuelve a tener forma, ahora no solo de manera ideológica sino también con efectos prácticos, al traer consigo las intenciones de mercantilizar los cuerpos celestes.
Donald Trump agitó la opinión pública internacional cuando firmó una orden ejecutiva para “privatizar la Luna”. El documento emitido por la Casa Blanca señala que “el espacio exterior es un dominio legal y físicamente único de la actividad humana, y Estados Unidos no lo ve como un bien común global”.
La medida se justifica en que “la incertidumbre con respecto al derecho a recuperar y usar los recursos espaciales, incluida la extensión del derecho a la recuperación comercial y el uso de los recursos lunares ha desanimado a algunas entidades comerciales a participar en esta empresa”.
Pero no es una idea que ha emergido de la administración en funciones. En 2015, el gobierno de Barack Obama emitió la Ley de Competitividad de Lanzamientos Espaciales Comerciales de Estados Unidos. El objetivo del proyecto de ley era permitir que las empresas e individuos estadounidenses pudieran hacerse propietarios de los recursos que se extraen de los asteroides y de cuerpos celestes fuera del mundo, así como venderlos, al “facilitar un entorno favorable al crecimiento de la industria espacial comercial en desarrollo”.
Estados Unidos tiene pensado enviar astronautas a la Luna para 2024, mediante el programa Artemisa de la NASA, que también proyecta la creación de una estación espacial y una futura expedición humana a Marte.
Paralelamente, Rusia prepara la construcción de un cohete portador superpesado que pueda llevar cargas útiles de hasta 80 toneladas, también bajo la visión de asegurar las misiones al espacio exterior profundo, incluyendo vuelos a la Luna y a Marte. La idea la desarrolla el programa Yenisei y su lanzamiento está previsto para 2028.
¿Es legal hacerse dueño de la Luna para explotar sus recursos naturales?
Ante la maniobra de la Casa Blanca, la Federación Rusa ha dicho que cualquier intento de “privatizar” el espacio exterior es inaceptable.
“Ahora no voy a hacer [una evaluación legal del decreto]. Pero los intentos de privatizar el espacio de una forma u otra (…) serían inaceptables”, indicó el portavoz presidencial ruso, Dmitri Peskov.
La agencia espacial rusa Roscosmos también condenó “los planes agresivos de confiscación de otros planetas” que atentan contra la cooperación entre países con programas espaciales, y comparó la orden ejecutiva con el colonialismo. Así lo hace ver una declaración emitida por Sergey Saveliev, director general adjunto de Roscosmos sobre la cooperación internacional: “Ya ha habido ejemplos en la historia en que un país decidió empezar a incautar territorios en su interés; todos recuerdan lo que salió de ello”.
En un artículo publicado en Radio Francia Internacional, el abogado argentino Juan Cruz González Allonca explica que, según los convenios internacionales, la “Luna es ‘patrimonio común de la humanidad’ o res communis humanitate, como nos gusta decir a los abogados”.
Existen dos tratados internacionales que rigen la superficie lunar. El primero, el Tratado del Espacio (1967), refrendado por más de 100 países, declaró bien común el espacio ultraterrestre y los cuerpos celestes y se constituyó como la “Carta Magna del espacio” para los Estados que hacen actividades espaciales.
El segundo, el Tratado de la Luna y otros Cuerpos Celestes (1979), revalida al anterior en la búsqueda del beneficio colectivo, pero este solo fue ratificado por 18 países, que no incluye a Estados Unidos, Rusia o cualquier otra gran potencia en el espacio, a excepción de la India.
Ahora bien, este marco normativo se refiere específicamente a la propiedad nacional, lo que deja en un vacío legal a las exploraciones no científicas y las empresas de minería espacial, cuestión que está siendo aprovechada por Estados Unidos para reconocer formalmente los intereses privados de empresas que quieran reclamar recursos en el espacio.
Asteroides que hagan trillonarios a los más ricos del planeta
El planteamiento de que el espacio exterior, por la inmensidad de sus confines, es una fuente inagotable de recursos parece erigirse como la solución a los problemas de las corporaciones, que están viendo agotado el modelo de acumulación de capitales en los límites terrenales.
Durante años recientes, multimillonarios de alto perfil como Paul Allen, Jeff Bezos y Elon Musk, entre otros, han movido sus inversiones hacia el sector espacial, por ende, han estado abogando por reformas que permitan la explotación comercial.
“Entre 2000 y 2005, (la industria espacial) recibió más de 1 mil 100 millones de dólares en inversiones de capital privado, capital de riesgo, adquisiciones, premios y subvenciones, y ofertas públicas. Para el período 2012–2017, había recibido más de 10 mil 200 millones de dólares”, dijo la Cámara de Comercio de Estados Unidos del crecimiento vertiginoso que está teniendo en estas dos últimas décadas.
Por su parte, las proyecciones de Bank of America y Merrill Lynch en 2017, citadas en un artículo de la CNBC, refieren que la industria espacial va a expandirse
“a más de ocho veces su tamaño actual para 2050. Valorado en casi 400 mil millones de dólares ahora, eso significa que el sector espacial alcanzaría un valor total de casi 3 billones de dólares en los próximos 30 años”.
En ese sentido, ¿qué réditos puede ofrecer el negocio de la minería espacial? Existen millones de suelos ultraterrestres con recursos que en nuestro planeta son raros o están comenzando a escasear: el paladio, el platino o el litio, metales altamente cotizados en la industria de dispositivos móviles; el oro y el agua; y el helio-3, recurso que abunda en la Luna, potencialmente aprovechable en la industria de la energía nuclear.
Un solo asteroide puede contener metales raros valorados entre 300 mil millones de dólares y más de 5 billones de dólares.
El orden de los factores en la carrera espacial: primero la economía, luego la humanidad
Como ocurre en cualquier otro mercado internacional, las grandes corporaciones que están participando en exploraciones espaciales atentan contra empresas más pequeñas o proyectos que son de patrocinio gubernamental.
Recientemente, Roscosmos denunció que SpaceX, la compañía de cohetes del magnate Elon Musk, presiona por sanciones contra la agencia rusa y está tumbando los precios de la industria de lanzamiento de cohetes, al reutilizar tecnología en la construcción de nuevos vehículos (siguiendo la máxima capitalista de menor inversión y mayores ganancias) sin que estos lleguen a igualarse en potencia y capacidad de sus competidores, aunque la movilización de los mecanismos publicitarios de SpaceX quiera hacerlo ver del modo contrario.
Las actividades relacionadas con el espacio están generando mayor entusiasmo en empresas privadas. Y tienen señal aprobatoria de Washington: Blue Origin, la agencia de exploración espacial del dueño de Amazon, el multimillonario Jeff Bezos, reveló el 29 de marzo que el gobierno de Donald Trump le concedió una exención de bloqueo por coronavirus y que seguiría operando en medio de la pandemia mundial.
Una semana más tarde se hacía público en los medios el contagio de tres de sus empleados.
A raíz de la propagación global del Covid-19, la empresa británica OneWeb se declaró en quiebra. Este año había avanzado en negociaciones para atraer capital de inversión, sin embargo “el proceso no avanzó debido al impacto financiero y la turbulencia del mercado relacionada con el Covid-19”, explicó en un comunicado.
OneWeb era uno de los principales competidores de SpaceX en la producción y envío de satélites para las conexiones satelitales de Internet. En junio de 2015, firmó un contrato con la rusa Roscosmos para crear una flotilla de 672 satélites con el objeto de proporcionar acceso global de banda ancha de Internet, incluyendo zonas rurales y sitios donde las redes de telecomunicación no han tenido un despliegue importante, gracias a la cobertura total de la superficie de la Tierra. Ya había puesto en la órbita baja a 74 de estos equipos.
- SpaceX tiene a Starlink, una agencia que plantea el envío de 12 mil satélites a la órbita baja del planeta. Hasta ahora, ha enviado unos 300.
- Del mismo modo lo está planificando el Proyecto Kuiper de Jeff Bezos, con el envío de más de 3 mil 500 satélites en órbita, aunque todavía no ha lanzado ninguno.
Conociendo a ambos personajes de Silicon Valley, está claro que esos planes para ofrecer servicios de Internet de alta velocidad se enmarcan en un paradigma de innovación tecnológica con fines netamente lucrativos, los mismos que pueden tener las exploraciones de minería espacial o el turismo espacial.
Muy atrás queda aquella supuesta motivación idealista de ir a conquistar el espacio para crear condiciones adecuadas para la reproducción de la vida humana lejos de la Tierra.
En el mundo neoliberal, el futuro espacial seguirá siendo materia de ciencia ficción para las grandes mayorías que no tengan cómo pagar su costo.
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A pesar de los esfuerzos de Washington por concentrar el derecho de la exploración espacial a grupos corporativos afiliados a Wall Street, las grandes potencias del bloque multipolar están invirtiendo sus capacidades para optar en la extracción y gestión de recursos provenientes de la Luna.
No se trata solo de Rusia, con su rica experiencia en el espacio y su extenso arsenal de viejos cohetes y naves espaciales fiables. También China planea construir una base en el Polo Lunar para el año 2030 y la India está trabajando en la construcción de su propia estación espacial.
El periodista ruso, Viktor Marakhovsky, escribe en Sputnik:
“Los expertos-alarmistas estadounidenses, que dicen que ‘China se está precipitando’ (y están promoviendo muy activamente la financiación de las empresas privadas bajo este pánico), rutinariamente enumeran lo que realmente está en juego:
“1) Energía solar espacial. China ha anunciado planes ambiciosos y parece haber comenzado su aplicación. Imaginemos baterías gigantes colgadas frente al Sol las 24 horas del día, dirigiendo paquetes de microondas de gigavatios hacia los receptores de energía en la Tierra. ¿Y si no son nuestras baterías americanas las que llegan primero, sino las chinas?
“2) Internet por satélite. Imagina a un agricultor en Bolivia enfrentándose a una elección: pagar por él a una compañía americana o aceptarlo ‘como un regalo del pueblo chino’. Obviamente, él elegirá. Y a cambio de Internet satelital gratis, un boliviano mirará el mundo con los ojos equivocados, a través de los motores de búsqueda chinos. Y cuando teclea ‘libertad de expresión’, por ejemplo, los motores de búsqueda chinos totalitarios le dirán sobre las violaciones en las corruptas democracias occidentales”.