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SARS-CoV-2: un virus “made in” capitalismo

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Lo que la pandemia del nuevo coronavirus ha dejado muy claro es que el afán de lucro en el sistema capitalista puede ser mortal. Por supuesto, esta crisis detonada en múltiples niveles por el Covid-19 tendrá repercusiones desproporcionadas en grupos vulnerables, principalmente.

El riesgo de infección amenaza a los trabajadores de sectores industriales que se han negado a detener sus operaciones y adoptar medidas adecuadas para protegerlos. Pero también el virus acecha a poblaciones marginadas en todo el mundo: refugiados y migrantes en países europeos, por ejemplo, carecen de instituciones que protejan su salud y bienestar en esas sociedades.

Francesco Della Puppa expuso el impacto de la pandemia en los inmigrantes, desde los refugiados hasta los solicitantes de asilo en Italia, durante una entrevista para Radio Melting Pot.

Relata que las autoridades italianas no han tomado medidas mínimas para las personas que viven sin techo en ese país, que cada vez incluye más a refugiados y solicitantes de asilo que huyen de la guerra y la violencia en el norte de África. Viven en asentamientos con condiciones sanitarias precarias, donde el contagio se hace muy probable. También se les puede excluir de los programas sociales, como apoyos en el suministro de alimentos, si no tienen un determinado documento.

Las consecuencias de la exclusión social y económica se han puesto de relieve con la propagación del virus. Sin embargo, es la reflexión introductoria en la entrevista a Della Puppa la que nos atañe, cuando enfatiza que “no hay nada directamente natural en la propagación” del nuevo coronavirus.

Y esto tampoco significa darle aliento a las variopintas teorías conspirativas que han emergido, mucho menos aquellos relatos delirantes que desde Estados Unidos han tomado fuerza para evadir el problema acusando a la República Popular China por la propagación del virus.

Para Della Puppa existe una combinación de factores, todos centrados en la organización globalizada del capitalismo y sus relaciones productivas, que han puesto el terreno fértil para el desarrollo de nuevos virus y su evolución a la transmisión entre humanos.

Revisemos algunos de ellos.

La incidencia de los virus y la producción agroindustrial de alimentos

El aumento de la cría industrial de animales está creando condiciones propicias para la propagación de patógenos que en otra situación podría ser frenada. Monocultivos de animales domésticos, hacinados en granjas, con sistemas inmunes deprimidos, facilitan las tasas de transmisión para cualquier cepa de virus que llegue ahí.

“Estos animales, más fácilmente atacados por los virus, se convierten en el llamado ‘spillover’, o el salto de una especie a otra, hasta que el virus llega a los humanos. Porque se les mantiene vivos a la fuerza, dentro de una granja de cría intensiva”, dice Della Puppa.

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En el libro Las grandes granjas hacen la gran gripe, el filogeógrafo Rob Wallace investiga las conexiones entre las prácticas agrícolas industriales y la epidemiología viral.

Entrevistado para Real News Network, ejemplifica esta singularidad de la producción industrial revisando la evolución de la peste porcina africana, un virus que se transmite entre los cerdos y que está teniendo un efecto desastroso en la seguridad alimentaria de Asia, donde la población depende en gran parte de la carne de cerdo para el consumo proteico. El sacrificio de millones de animales infectados ha disparado los precios de la carne de cerdo en un 40% a nivel mundial.

“La peste porcina africana comenzó en el África subsahariana como un patógeno silvestre que se transmitía entre el jabalí verrugoso y las garrapatas blandas locales (…) en la década de 1920 comenzó a extenderse a la producción doméstica de cerdos. En 1950, se abrió camino en la Península Ibérica, en Portugal y España, donde circuló durante unos 30 años antes de ser aplastado. Sin embargo, fue en 2007 cuando el virus surgió de una manera que explotó en toda Europa del Este y las antiguas repúblicas soviéticas. Y luego, en 2018, apareció en China. Pero lo importante es entender que los patógenos pasan por estos cambios en términos de su éxito en relación con las oportunidades que se les proporcionan”.

Al manipular grandes densidades de población, los monocultivos eliminan cualquier “cortafuegos inmunológico” porque, una vez que el virus mata a su hospedador, puede fácilmente entrar en el siguiente para continuar reproduciéndose.

En el caso específico de la peste porcina africana, el virus no ha dado el salto al contagio de humanos. Pero “miles de granjeros y procesadores de carne y equipos de limpieza están siendo expuestos al virus (…) siempre existe la posibilidad de que los patógenos puedan evolucionar la capacidad de ir de humano a humano”, advierte Wallace.

Deforestación ambiental y devastación minera

El estilo de vida capitalista ha intensificado la deforestación de entornos naturales remotos para expandir los territorios de la agricultura y ganadería industrial, explotar metales raros que sirven a la producción de las tecnologías modernas o ampliar las grandes metrópolis.

Además, la aparición de “enormes zonas periurbanas, con condiciones sanitarias muy precarias”, dice Della Puppa, hacen más fácil el ataque y contagio de los virus, “que encuentran en estos densos entornos urbanos su hábitat ideal”.

El cuento del murciélago en el mercado de Wuhan, más allá del intento por hacerlo un excepcionalismo chino, refleja cómo los patógenos que antes estaban encajonados en bosques y selvas son liberados por empresas multinacionales que se apropian de la tierra y la explotan siguiendo el modelo neoliberal de generar ganancias económicas.

La tala de árboles, la minería, la construcción de carreteras y la “hiper-urbanización” destruyen los hábitats naturales de los animales y las zonas de gran diversidad biológica.

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A todo eso, Della Puppa, añade que el deshielo de los casquetes polares, producto del calentamiento global, también liberará “enjambres de virus desconocidos, atrapados durante miles de años en los glaciares, con consecuencias impredecibles”.

La pandemia también tiene sus raíces en las perturbaciones del capitalismo al ecosistema.

El Covid-19 podía ser prevenido, pero no era rentable

“Varios institutos de investigación de China o, por ejemplo, en 2012, el Instituto Alemán Koch, ya anunciaron que se daban todas las condiciones para que un virus probablemente procedente de los mercados asiáticos infectara al mundo, y describieron los síntomas y las formas en que se podría infectar el Covid-19”.

Así como Della Puppa subraya que la pandemia era predecible, investigadores especializados en las distintas cepas del coronavirus coinciden en que las compañías farmacéuticas podrían haber empezado a desarrollar una vacuna y tratamientos para el virus hace años.

Es lo que sostiene el biólogo estructural Rolf Hilgenfeld, quien ha estado trabajando en tratamientos contra los coronavirus desde el SARS (brote previo de coronavirus), en 2002–2003.

En enero, cuando el comportamiento virulento del Covid-19 no se había determinado, Hilgenfeld señaló que las empresas no destinaban recursos en investigaciones sobre los coronavirus porque “el número total de personas infectadas, si se combina el SARS, el MERS y este nuevo virus, es inferior a 12 mil 500 personas. Eso no es un mercado. El número de casos es demasiado pequeño”.

Las farmacéuticas no se arriesgarían a invertir en un fármaco para tratar brotes impredecibles en su impacto y potencial lucrativo, aun cuando diez años de investigación sobre coronavirus alertaron la amenaza latente de esta familia de enfermedades.

Esta lógica de producir medicamentos con fines de lucro y no para satisfacer las necesidades humanas se resume en un dato: varios brotes virales internacionales (SARS-CoV-1, MERS, Zika, Ébola, entre otros) han irrumpido en el siglo XXI cobrando miles de vidas. Hasta los momentos, solo la vacuna para el Ébola ha llegado al mercado.

Si examinamos los elementos que nos trajo hasta la pandemia, reconoceremos con facilidad que la única forma de cortar la propagación de virus y crisis sistémicas yacen en la desaceleración y contramedidas que se puedan aplicar frente al capitalismo tardío y las estructuras que lo sustentan.

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