Jue. 28 Noviembre 2024 Actualizado 8:43 am

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Lula junto a Celso Amorín, su principal asesor en política exterior (Foto: Reuters)

El juego y los dilemas de Lula con Venezuela

El conflicto postelectoral generado por Edmundo González y María Corina Machado después del 28 de julio ha trascendido las fronteras nacionales dando forma a un nuevo escenario de confrontación y presiones hostiles sobre Venezuela.

En este contexto Lula da Silva, presidente de Brasil, ha asumido un papel activo como referente de equilibrio y contención frente a los intentos de fabricar un consenso internacional a favor de la agenda golpista contra el presidente reelecto Nicolás Maduro.

La participación del mandatario brasileño transcurre en un dilema que incluye, por un lado, un enfoque político-ideológico de izquierda acompañado de un proyecto geopolítico propio —que conjuga aspiraciones de liderazgo regional y global— y, por otro lado, las lógicas tradicionales petrificadas en el Estado brasileño que persiguen un alineamiento internacional con Estados Unidos y Europa, el "mundo occidental".

Brasil, Lula y los resultados del 28j

Tras conocerse los resultados y ante la narrativa de fraude —con fines golpistas— impulsada por la dupla Edmundo González/María Corina Machado, Celso Amorín, enviado especial de Lula para los comicios en Venezuela, entabló conversaciones tanto con el presidente Maduro como con el excandidato presidencial de la PUD en las que abogó por la transparencia de los resultados y mostró confianza en el proceso electoral. Esta declaración definió la primera postura de Brasil, que se ubicó a partir de ese momento como un factor de mediación reconocido dentro y fuera de Venezuela. 

Con ello, se diferenció de las declaraciones provenientes de Perú, Uruguay, Argentina, Costa Rica, Ecuador, entre otros, que reconocieron como "presidente electo" a González, o la de Estados Unidos y Chile que, sin otorgarle ese estatus, han cuestionado la legitimidad del proceso y la veracidad de los resultados publicados por el CNE. Lula solicitó que el conflicto se resolviera por la vía institucional sin presiones extranjeras.

"Es normal pelearse. ¿Cómo se resuelve la disputa? Presentando las actas. Si hay dudas sobre las actas, la oposición debe presentar un recurso y esperar la decisión, que tendremos que acatar. Estoy convencido de que es un proceso normal y tranquilo", afirmó el mandatario brasileño.

Si bien esta posición ha sido compartida por México y Colombia, es Brasil quien ha consolidado un rol protagónico. Esto se evidenció en el diálogo bilateral que sostuvieron Joe Biden, presidente de los Estados Unidos, y Lula la semana pasada, en torno a la situación venezolana. 

intereses y CÁLCULOS

Los incentivos de Lula para situarse como mediador en el conflicto venezolano son multifacéticos y estratégicos. Regionalmente busca concretar su aspiración de liderazgo en América Latina y el Caribe, y proyectarse como un actor de peso en la resolución de conflictos de primer orden.

Globalmente, este movimiento le permitiría afianzar su posición como potencia emergente, y demostrar su capacidad para ejercer influencia en escenarios internacionales complejos, bajo un rol de responsabilidad en la construcción de un orden multipolar que busca diluir la primacía estadounidense en los asuntos mundiales.

Si tuviésemos que enumerar cómo se estructura el juego y los intereses de Lula, quedarían de la siguiente forma:

  1. El posible ingreso de Venezuela a los Brics+: la expansión de los Brics en 2023 representó un delicado equilibrio geopolítico en el que regiones dinámicas de la geografía global obtuvieron una representación proporcional. Sin embargo, la declinación de Argentina como miembro potencial dejó un vacío en América Latina. Venezuela, con su peso internacional y sus recursos estratégicos, emerge como el candidato natural para ocupar este espacio. No obstante, ante un eventual gobierno de González Urrutia, se reeditaría el escenario de la Argentina de Milei, que desechó la invitación.
  2. Limitar la agenda estadounidense en la región: las acciones diplomáticas de Lula en relación al actual momento venezolano evidencian una estrategia de contención de las presiones externas dirigidas a desconocer las instituciones venezolanas. El mandatario brasileño busca situarse como un factor moderado en la región, y así diferenciarse de la línea más dura representada por Estados Unidos, inclinado a reeditar un nuevo "Grupo de Lima". Esta postura, si bien no compromete significativamente la relación con Washington, demuestra una mayor autonomía de Brasil en el contexto regional. 
  3. Un mensaje a Rusia y China: la iniciativa de mediación brasileña revela una estrategia geopolítica que busca consolidar el liderazgo del país en la región y proyectar una imagen de actor global. De esta forma, Brasil envía un mensaje claro a Estados Unidos resaltando la autonomía de su política exterior y, a su vez, a las nuevas potencias como Rusia y China, a las que expresa su voluntad de reafirmarse como un sólido polo de poder regional.
  4. La afinidad ideológica con Nicolás Maduro: independientemente de los equilibrios internos que debe mantener Lula para garantizar la gobernabilidad en el país, no es menos cierto que su ascendencia sindicalista y las luchas obreras dentro del Partido del Trabajo (PT) de Brasil acercan política e ideológicamente al presidente brasileño con su homólogo venezolano. Ambos se consideran gobernantes de izquierda o progresistas y defienden la autonomía estratégica de la región. Por otro lado, María Corina Machado y su delegado, González Urrutia, representan en el ámbito venezolano una cámara de eco que fortalece al bolsonarismo en el contexto interno brasileño. 

los dilemas y barreras

Conviene afirmar que el Estado brasileño opera bajo una lógica sistémica que trasciende el poder temporal en Planalto (palacio presidencial). Esta matriz institucional, arraigada y resiliente, erige barreras tangibles a la iniciativa presidencial que se manifiestan en la autonomía de instituciones como, por ejemplo, Itamaraty (la cancillería).

La diplomacia brasileña, en particular, ha buscado distinguirse como una instancia autónoma mediante un ejercicio de su política exterior más allá de los cambios de gobierno y los programas. 

Además, el sistema político brasileño, caracterizado por un presidencialismo de coalición y un multipartidismo pragmático en el que los intereses sectoriales prevalecen sobre las ideologías, exige una capacidad singular para construir y mantener consensos sólidos. Lula ha demostrado ser un maestro en este arte, a diferencia de Rousseff, quien subestimó la importancia de las alianzas y ello condujo a una fragmentación del poder y a una crisis de gobernabilidad.

Así las cosas, los primeros dilemas que enfrenta Lula son, por un lado, las lógicas burocráticas de la diplomacia brasileña que se enmarca en la tradición y defensa de los principios liberales y, por otro, las complejas alianzas político-económicas que viabilizaron su victoria en las elecciones de 2022. 

La manera de superar estos escollos radicará en la capacidad de transmitir los beneficios que en el ámbito geopolítico sumará Brasil, sin mencionar la reputación positiva que se verá reflejada en el aumento del poder suave que, por lo menos en la región, se verá reflejado en el afianzamiento de su liderazgo en América Latina y el Caribe.

Lula juega en un campo minado. Los incentivos son altos, pero también los riesgos y dilemas ya que una agudización del conflicto postelectoral podría exponer a decisiones difíciles, entre aumentar el valor geopolítico de Brasil o mitigar las contradicciones internas derivadas de mediar en Venezuela. 

Mirando el futuro cercano

El interés de Lula involucra tanto elementos ideológicos como geopolíticos.

A pesar de la sintonía ideológica y en materia de política exterior entre Maduro y Lula, la experiencia de Brasil con gobiernos de corte extremista, como el que representa Javier Milei en Argentina, ha puesto de manifiesto los desafíos que implica para el proyecto brasileño de integración regional.

Un eventual gobierno en Venezuela liderado por figuras afines al bolsonarismo, como Edmundo González/María Corina Machado, sumaría obstáculos al proyecto integracionista de Lula, lo que debilitaría su construcción o simplemente la postergaría, como viene ocurriendo.

Por otro lado, si los sondeos de opinión que proyectan a Donald Trump como ganador de las elecciones estadounidenses se confirman, Lula enfrentará un escenario geopolítico complejo. La estrecha relación de Brasil con China y su participación en los Brics podrían verse afectadas, especialmente en el contexto de la creciente tensión entre Washington y Beijing. Esta situación podría tener implicaciones significativas para la política exterior brasileña.

En este punto, las coincidencias de Brasil, Colombia y México no solo han servido para contener un "Grupo de Lima 2.0" que apuntale la estrategia golpista de González Urrutia/María Corina Machado, sino que impone un marco de entendimiento dentro del mismo vecindario que logre evitar que poderes externos a América Latina, como Estados Unidos, tengan la última palabra. 

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