Jue. 28 Noviembre 2024 Actualizado 8:43 am

Un vistazo al futuro tecnológico después de la pandemia

No es una casualidad que los países más ricos e hiperconectados del mundo sufren el mayor embate de la pandemia global. El Covid-19 es una enfermedad que se contagia de tú a tú, el virus pasa de una mano a otra, cuerpo a cuerpo. El neoliberalismo es el sistema idóneo para la transmisión del nuevo coronavirus.

Salvo por China, los adalides del mundo moderno (o posmoderno, como quieran) tienen el mayor número de contagios confirmados. En el hemisferio occidental Estados Unidos lidera las estadísticas siendo el epicentro mundial de la pandemia. En Europa, aparte de los casos de Italia y España, Alemania, Francia y el Reino Unido no han logrado frenar las cadenas de contagio y sus gobernantes esperan un brote catastrófico.

En conjunto, todos estos países sobrepasan con creces a aquellos que están siendo embestidos de una forma u otra por las políticas (económicas, diplomáticas, militares,etc.) de Washington y sus escuderos en la arena internacional. El gráfico siguiente, con datos del martes 31 de marzo, muestra claramente el planteamiento.

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Las medidas drásticas para frenar las cadenas de contagio tienen consecuencias negativas para el desarrollo económico en general, siendo un factor clave el confinamiento de las familias en sus casas, que desacelera los circuitos del capital y su producción en fábricas, oficinas, minas y otros espacios de trabajo.

Todo ello ha resultado en el colapso en las líneas de producción y de suministro de materias primas a nivel planetario, un mal innecesario para las grandes economías lideradas por el circuito neoliberal.

China asumió el costo de dichas medidas, siendo el centro industrial más grande del mundo, mientras que otros países, más frágiles por la estructura neoliberal de sus economías y, por tanto, dependientes de la producción periférica, como el mismísimo Estados Unidos, temen por que los circuitos del capital se vean más lisiados de lo que ya están.

La proyección de la contracción económica global ya se ve alarmante, mientras experimentamos quizás la mayor recesión en décadas, con posibles recuperaciones al nivel antes de la asunción de la pandemia a finales de 2022.

Pero incluso, previo a la presente crisis, diversos analistas planteaban que este año sería uno en el que los límites del sistema neoliberal empezarían a tensarse y ponerse en entredicho junto con los acontecimientos geopolíticos, dando pie a otras bases con las que construir un nuevo tipo de globalización liderado por el bloque multipolar en general, y China en particular.

Es evidente, entonces, que, por efecto del nuevo coronavirus, se adelantó la crisis sistémica unos meses antes de que explotara la burbuja financiera y estructural de la economía neoliberal.

Un plan para los años por venir

Ahora, porque el neoliberalismo se manifieste en una etapa destructiva con consecuencias peligrosas no solo para las economías en el mundo sino para las propias poblaciones, sobre todo el precariado global, no quiere decir que haya improvisación en los pasos a seguir de las élites financieras.

Desde hace siglos la imaginación dio rienda suelta a un ciclo en el que regiría el planteamiento hoy ya en proceso de consumación: el de la singularidad tecnológica, donde los robots, las nuevas tecnologías y las personas pasaríamos a compartir unificadamente un mundo de posibilidades con el infinito progreso humano como un fin en sí mismo.

Expertos de diversa ideología le llaman transhumanismo.

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Más allá de las especulaciones filosóficas, científicas y culturales en torno a este fenómeno, el hecho de que se organice la producción con base a los avances tecnológicos es algo que sucede desde los inicios del capitalismo manufacturero y, posteriormente, industrial. Marx explicó que este hecho era importante para el capital en su desarrollo, para, resumiendo, invertir cada vez menos en la contratación de obreros (no importa su nivel) y aumentar la productividad, lo que se traduce en un crecimiento de la tasa de ganancia a favor del capitalista.

Es por ello que en el transcurso de los últimos dos siglos el desarrollo tecnológico ha sido vertiginoso, impulsado por el afán de lucro. Lo del progreso científico por un fin benéfico es pura ideología. La riqueza producida en menos tiempo de trabajo pero bajo un rango de mayor productividad no se transfiere a las manos de los mismos productores, sino de los rentistas del trabajo: el famoso 1%.

La desigualdad crece en la medida en que también crece la productividad bajo los parámetros del capital.

Actualmente la tecnología permite la hiperconectividad neoliberal no solo física sino también digital. El uso de Internet se ha maximizado hasta niveles insospechados hace dos décadas junto con las tecnologías de la información y comunicación (TIC), lo que ha traído consecuencias en la organización del trabajo bajo el formato del teletrabajo y la economía gig, aquella en la que los empleos se manejan bajo contratos precarios o subcontratación a corto plazo y desde los propios hogares de los trabajadores, lo que da una cierta sensación de autonomía pero que beneficia más al capital por la mínima o inexistente inversión en máquinas, herramientas o datos de conexión, provistos muchas veces por los contratados.

Además, en tales circunstancias no existen de iure ni de facto beneficios al trabajadores, como la cotización del seguro social, mucho menos seguro médico o retroactivos de liquidación, entre otros.

El sector servicios es el que mayor beneficios trae a la economía gig, con empresas como Uber, Lyft y TaskRabbit que se han expandido de los Estados Unidos hacia otros países en América Latina y Europa. Pero también el área de las telecomunicaciones permite que los trabajadores puedan ejercer desde la sala o el dormitorio sus obligaciones cotidianas por un salario y condiciones generalmente precarias.

¿Yo o el robot?

Pero donde se ve un mayor auge o expectativa de crecimiento es en el sector de la robotización del trabajo, un hecho insólito en la historia humana pues desplazaría en una mayor parte, a futuro, a la clase productora de los bienes y servicios que la especie consume.

En 2013, un paper de la Universidad de Oxford anunciaba que el 47% de los trabajos en Estados Unidos estaban en riesgo de extinción en los próximos años. En la misma línea, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) dijo en 2018 que el 14% de los trabajos en los países que la componen

“son altamente automatizables. Esto equivale a unos 66 millones de trabajadores en los 32 países que cubre el estudio. Además, otro 32% de los trabajos están en riesgo de entre el 50 y el 70%”.

Con el incremento del grado de perfección en la robotización existen menos puestos de trabajo que producen mayor cantidad de trabajadores en calidad cesante en diversos mercados laborales.

Y esto se incrementará exponencialmente con el pasar de los años. La Inteligencia Artificial (IA) ha demostrado ser más que capaz en suplantar en conocimiento y experiencia a la aptitud productiva del humano a través de la recopilación y análisis de datos transformados en algoritmos. Expertos afirmaron en 2017 que la IA va a superar la inteligencia humana para 2060, o tal vez en menos.

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Aunque Star Trek y la novela de ciencia-ficción de Ursula K. Le Guin, Los desposeídos (1974), imaginan sociedades en las que los trabajos han sido robotizados en beneficio del ocio productivo para los humanos, la realidad nos dice que son las élites globales las principales favorecidas del desarrollo tecnológico.

Viéndolo desde esta perspectiva, los beneficiarios del crecimiento económico (el 1%) y los países neoliberales verían con buenos ojos este escenario tecnológico en un contexto como el actual, en el que la recesión se vierte sobre todo el mapa mundial, las líneas industriales y bienes manufacturados, los servicios de alta demanda y las cadenas de suministro se ven depreciadas o prácticamente paralizadas.

Los beneficios de la cuarentena total en términos sanitarios no dejan resquicio a la duda: el distanciamiento social extremo debe asumirse con el fin de romper las cadenas de contagio en estos momentos. Pero, por otro lado, puede convertirse en un escenario de ensayo para que la IA asuma un papel protagónico en la organización de la producción. Es de interés corporativo.

Porque, téngalo por cierto, vamos hacia una sociedad en permanente recesión, signada por un reacomodamiento sistémico del capital luego de la crisis acelerada por el nuevo coronavirus. La muerte masiva de trabajadores, consecuencia o no de pandemias, parece un buen plan para esta visión, después de todo.

¡Vaya tiempos interesantes los que nos han tocado!

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