Jue. 28 Noviembre 2024 Actualizado 8:33 am

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El presidente ruso Vladímir Putin firma el reconocimiento y los acuerdos de amistad y cooperación con las repúblicas populares del Dombás (Foto: Alexei Nikolsky / TASS)

Rusia escribe un nuevo capítulo de la era multipolar

En una decisión histórica, este 21 de febrero el presidente de la Federación Rusa, Vladímir Putin, tras una reunión al más alto nivel con el Consejo de Seguridad de la nación euroasiática, reconoció la independencia de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, ubicadas en la región del Dombás (suroeste de Ucrania), epicentro de una reciente y poderosa ofensiva militar de las fuerzas armadas dirigidas por Kiev.

Tomando acciones contra el genocidio en Dombás

Hace pocos días, el propio presidente Putin, en medio de una conferencia de prensa junto al canciller alemán, Olaf Scholz, calificó de "genocidio" las acciones militares emprendidas por el gobierno de Volodímir Zelenski, en vista de que los ataques han tenido una visible orientación hacia la población civil de la zona.

A raíz de esto, al menos 68 mil personas han cruzado la frontera para alojarse en centros de estadía temporal, según afirmó el Servicio Federal de Seguridad de Rusia (FSB). Además, dos escuelas recibieron explosiones, misiles y proyectiles de artillería cayeron en zonas residenciales en la línea de contacto de Donetsk y un minero fue asesinado tras estallar una mina de 120 mm mientras esperaba un autobús.

Según declaraciones de Eduard Basurin, representante de la Milicia Popular de la República Popular, "en los últimos tres días, [el ejército ucraniano] disparó casi 500 minas, proyectiles y granadas en las zonas residenciales de la república, la situación de Donetsk puede calificarse de crítica".

La firma del decreto que formalizó el reconocimiento de la independencia de ambas repúblicas fue transmitida por televisión, y fue acompañada por un discurso donde el presidente ruso se explayó en argumentaciones sobre el origen de Ucrania, las consecuencias catastróficas que trajo consigo el golpe de Estado de 2014 y los desafíos crecientes de seguridad que plantea para Rusia la instrumentalización de su vecino inmediato como plataforma de agresión de la OTAN, lo que tendría una peligrosa derivación en el ámbito nuclear.

El decreto también incluyó un Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua entre las Repúblicas y la Federación, el cual contiene cláusulas de defensa colectiva, patrullaje fronterizo conjunto e intercambio y flexibilidad en el uso de infraestructura militar, por un arco temporal de 10 años, apuntó el experto Maxim A. Suchkov.

Al poco tiempo, los países europeos miembros de la OTAN que acompañaron a Washington en la escalada de tensión e histeria de las últimas semanas, salieron en bloque a criticar la decisión de Putin, y sin perder tiempo ofrecieron una nueva ronda de "sanciones" a modo de castigo en el corto plazo.

Francia, Reino Unido, Italia, Alemania, la Unión Europea, Estados Unidos y el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, indicaron, con muy pocas variaciones de vocabulario, que la medida viola el derecho internacional y los canales diplomáticos concebidos en el Acuerdo de Minsk, omitiendo olímpicamente que la violación sistemática de este acuerdo ha sido marca registrada del gobierno de Kiev desde 2015 y que el derecho internacional poco interesa cuando las ambiciones geopolíticas de Washington se imponen, por ejemplo: la ficción interina de Guaidó.

Desde el 14 de febrero la situación en la frontera ya venía agravándose peligrosamente. El despliegue de dos unidades de sabotaje ucranianas en Lugansk y Mariupol, nutrida por vehículos blindados, drones y efectivos de fuerzas especiales, y la caída de un proyectil de las fuerzas armadas de Ucrania en Rostov (territorio ruso), fue interpretada como la orquestación de una maniobra de provocación destinada a precipitar un importante salto de intensidad en el conflicto, bajo el paraguas narrativo, difundido neuróticamente por Washington y los medios occidentales, de la supuesta "invasión inminente" de Rusia.

Con el Acuerdo de Minsk en situación de muerte cerebral producto de la obstinación de Kiev, y en medio de estas acciones militares en proceso, la decisión de Putin resultó acertada como medida de disuasión para evitar un mayor derramamiento de sangre en el Dombás, un espacio geocultural de fuertes lazos históricos y lingüísticos con Rusia. En paralelo, la medida inauguró una zona de amortiguación geopolítica cuyo propósito inmediato consiste en limitar las acciones de guerra no convencional del lado ucraniano y bloquear la penetración del armamento occidental en la frontera con la Federación.

El vuelco geopolítico

Como señala el politólogo ruso Alexander Vedrussov, la política exterior de Rusia dio a Kiev todas las oportunidades para mantener al Dombás dentro de Ucrania. La paciencia estratégica de Putin se basaba en el desarrollo de los Acuerdos de Minsk, sin embargo, la insistencia de Poroshenko, y después de Zelenski, de resolver la situación con medios militares, "literalmente empujó a las repúblicas populares a los brazos de Rusia".

Vedrussov también indica que el odio de Kiev hacia el Dombás tiene años cultivándose, donde la retórica que apunta al desconocimiento y la confrontación se ha mantenido inalterada en medio de los cambios de administración:

"El odio hacia Donbass y sus habitantes se ha cultivado en la opinión pública ucraniana durante años. El primer presidente de Ucrania y jefe de la delegación de Kiev ante el TCG, Leonid Kravchuk, comparó a Donbass con 'un tumor canceroso que debe extirparse'. Zelensky, quitándose la máscara preelectoral de pacificador, les dijo directamente a los residentes de Donetsk y Lugansk: 'Si viven hoy en el territorio temporalmente ocupado de Donbass y piensan que nuestra causa es justa, vamos a Rusia, somos rusos, es un gran error seguir viviendo en el Donbass'", señala el analista.

La acción de Putin ha sido contundente y parece estar alcanzado el objetivo de frustrar las intenciones de Kiev de procesar su membresía en la OTAN, un propósito perseguido con intensidad, al menos, desde el año 2017, y que ya forma parte de la Constitución ucraniana, donde esta intención ha adquirido la más alta de las prioridades de gobierno. En este orden, el experimentado diplomático ruso Sergei Ordzhonikidze advierte que los problemas territoriales son un obstáculo para ingresar a la organización atlántica.

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"Donbass, el corazón de Rusia", reza el cartel realizado por los bolcheviques en 1921 (Foto: Bitácora soviética)

"Desde el punto de vista del derecho internacional, ella [Ucrania] se colocó en una posición en la que el sueño de unirse a la OTAN no puede hacerse realidad (…) Ellos mismos han creado una situación de conflicto. No reconocen Crimea, es una disputa territorial. Más Donetsk y Lugansk. Vayas donde vayas, los problemas están por todas partes", apuntó Ordzhonikidze, reafirmando que "nunca ha habido casos en la historia en los que un país con problemas fronterizos sin resolver haya sido admitido en la OTAN".

Citó el caso de las enconadas disputas fronterizas entre Grecia y Turquía, y dentro de ellas el complicado tema del reconocimiento de Chipre del Norte, como un caso paradigmático que la OTAN no desea repetir.

Aunque es evidente que la cooperación militar entre Occidente y Kiev puede continuar sin necesidad de oficializar la membresía en la OTAN, Putin ha logrado frustrar las intenciones estratégicas de la mafia oligárquica que gobierna el país desde 2014, obstaculizando la planificación estratégica de los arquitectos del Maidán. Además, en términos políticos, Putin ha dado un golpe a la mesa con su decisión, configurando con ello nuevas condiciones de autoridad y arbitraje para reiniciar las conversaciones diplomáticas sobre la seguridad europea.

En síntesis, Putin ha conquistado la iniciativa política empleando el factor sorpresa, ha puesto a Occidente a la defensiva y se ha erigido como el gran elector de la nueva dinámica geopolítica global que inicia a partir de ahora. En cambio, el bloque atlantista se ha quedado sin el artificio de la "invasión inminente" con el cual planteaban declarar una victoria rápida ante el público occidental.

Y lo que es más importante: sin disparar un solo tiro, sin entrar en la tan propagandizada guerra directa, Putin logra un vuelco del escenario que desmantela el poder del bloque atlantista.

El centro geográfico del cerco atlantista

Más allá de estos factores tácticos, la medida de Putin tiene otras finalidades de alto perfil estratégico que son importantes acotar. El conflicto con el Dombás y el alineamiento de Kiev con Estados Unidos representaba un desafío a la profundidad estratégica de Rusia sobre la amplia y sensible zona del Chernozem, conocida por sus suelos fértiles para la producción alimentaria (tierras negras, sobre todo en el centro de Ucrania, pero asimismo en el cinturón oriental), cuyo alto valor geopolítico también era considerado por la OTAN. La naturaleza de Donetsk, en particular, como polo de la industria pesada y reservorio de recursos minerales estratégicos era también parte de la ecuación del asedio contra Rusia.

Visto a partir de estos elementos, es evidente que el cálculo geopolítico de Occidente iba dirigido a ampliar el cerco contra Rusia para incluir sus vectores de desarrollo alimentario e industrial, en una maniobra de fuerza orientada a fracturar sus conexiones geopolíticas históricas. El reconocimiento de las Repúblicas, en tal sentido, tiene dentro de sus motivos estratégicos denegar el control de estas zonas a Occidente, en vista de la artillería del ejército ucraniano y sus sistemas antimisiles, pese a todo el apoyo tecnológico de las potencias militares occidentales, no están preparados para asumir una confrontación directa con Rusia.

Es justo aquí, en este punto, donde las implicaciones geopolíticas de la medida tomada el día de ayer rebasan el entorno estrictamente ucraniano. En el fondo, estamos en presencia de un viraje cuyas repercusiones afectan una geopolítica global marcada por la ansiedad de un imperio estadounidense en crisis estructural, ávido de recursos energéticos y de proyección de poder en el epicentro geográfico definido a principios del siglo XX por el geógrafo británico, Halford John Mackinder, como decisivo para el curso de la política mundial y su equilibrio de poder: la masa continental euroasiática.

El investigador Alex Krainer ha puesto el foco de la crisis entre Rusia y la OTAN vía Ucrania en esta cuestión, pues el ambiente de conflicto existencial de esta nueva Guerra Fría no pasaría por los vértices ideológicos de la anterior. Krainer indica que, en el fondo, "se trata de la hegemonía sobre las regiones ricas en recursos del mundo y esto hace que las posiciones de las dos partes sean intratables. Los rusos entienden esto claramente, lo que puede explicar por qué presentaron a las potencias occidentales un conjunto de demandas tan duras que ciertamente sabían que serían rechazadas".

Krainer apunta que Rusia está en el centro geográfico de una vasta red de recursos energéticos altamente codiciados por un sistema financiero occidental en ruinas, altamente apalancado en deuda.

"El sistema financiero occidental ha estado absolutamente hambriento de garantías de alta calidad y Eurasia está inundada de ellas. El problema con el sistema monetario occidental es que tiende a acumular deuda sobre más deuda, apalancando el sistema hasta que se derrumba, saltando casi permanentemente de crisis en crisis. Solo puede ser estable mientras crece. Crece a través de la expansión del crédito, y la expansión del crédito requiere garantías de calidad", apunta.

Con "garantías de calidad", Krainer se refiere a la capacidad de penetración de los capitales occidentales en zonas ricas en recursos. El ejemplo que usa es el de la invasión a Irak, donde el banco estadounidense JP Morgan, uno de los grandes financistas de la campaña de Bush, se vio recompensado con la autorización de otorgar créditos leoninos para la "reconstrucción" del país tras la invasión de Estados Unidos.

El fracasado metabolismo geoeconómico del Imperio ha convertido la guerra contra Rusia en una válvula de escape, en una posibilidad de prolongar su carnaval de enriquecimiento sobre la base de un endeudamiento autodestructivo. Por esta razón han buscado, mediante la histeria y la fabricación de maniobras de propaganda, avanzar en el sometimiento de Rusia desde sus fronteras inmediatas. Ante esto, Putin ha dicho basta con el reconocimiento de las Repúblicas de Donetsk y Lugansk y Occidente comienza a verse sin escapatoria del caos que él mismo ha creado.

La fecha de defunción del unilateralismo

Todavía parece temprano para registrar a totalidad las consecuencias de este movimiento. No obstante, se puede afirmar que la decisión de Putin implica un nuevo hito de consolidación del nuevo orden geopolítico multipolar, donde el unilateralismo estadounidense ha perdido entidad y sustancia como ente rector de la política mundial. La geopolítica actual transcurre por una interesante tendencia de reorganización de bloques de poder, en la cual la regionalización de la influencia política, económica y militar toma el relevo de un mundo controlado enteramente desde Washington.

Una demostración de esto es que la paridad entre fuerzas militares de las principales potencias globales ha bloqueado la pulsión atlantista de resolver la disputa por medios de fuerza. Libia fue la última demostración de fuerza en este sentido y también la última frontera posible de la actuación punitiva de la OTAN. Otro factor clave es la ofensiva de "sanciones" occidentales contra Rusia que ya se ha anunciado, y que de acuerdo a algunos analistas podría ir dirigida hacia el sector financiero, militar y tecnológico, pero la esperanza de que eso logre modificar la decisión de Putin es claramente inviable.

A decir verdad, Putin ha tomado esta decisión a sabiendas de que la arquitectura multipolar de la Organización de Cooperación de Shanghái, la Unión Económica Euroasiática, y las asociaciones estratégicas con China e Irán, ofrece una vía sólida de resistencia frente la ofensiva de "sanciones" punitivas. La paradoja que enfrenta al bloque atlantista en estos momentos es apostar por estos medios de coerción a costa de un incremento de los precios de la energía, una desconexión económico-comercial con los vastos recursos y mercados de Eurasia y un endurecimiento de los lazos de cooperación entre potencias euroasiáticas.

La nueva era multipolar ha escrito un nuevo capítulo, y desde Washington perciben que todas las opciones llevan al mismo derrotero de una crisis aguda y terminal.

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