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Aquí estamos, en la jungla, floreciendo en Chávez cada día (Foto: Natgeo)

Del jardín y la jungla

Dijo Josep Borrell hace unos días, como siempre, sin pensar bien lo que dice: "Los europeos hemos construido la Unión como un jardín a la francesa, ordenadito, bonito, cuidado, pero el resto del mundo es una jungla. Y si no queremos que la jungla se coma nuestro jardín, tenemos que espabilar". Bueno, hablemos del jardín de Borrell y de la jungla que somos.

En el jardín hay flores ornamentales que se cuidan, se riegan, se les pone su fertilizante y vitaminitas para plantas lindas, y luego las malas hierbas: flores igual de bonitas pero comunes, de esas que crecen en todos lados, hasta en una grieta en el cemento, las muy bichas, y desordenan la belleza del jardincito de Borrell. Ya sabemos qué les pasa a las flores comunes y silvestres en ese exclusivo jardín.

La jungla, para Borrell, es un lugar horrendo donde la mala hierba crece por todos lados, pero ¡oh! cuántas orquídeas, cuánta exuberancia, cuánta riqueza que podemos llevar a nuestro jardín y se las llevan...

Y así ha sido siempre. Para el Norte nosotros somos una jungla, y sí, y a mucha honra. Nosotros no somos un jardincito complaciente, sometido al gusto de un dueño. Un pedacito de tierra donde la naturaleza es torcida a niveles que rayan en lo absurdo, lo ridículo, lo indigno. Un terrenito sostenido por el sometimiento que se dibuja arbustos perfectamente cuadrados, mutiladas sus ramas para que no molesten al ojo que se deleita con esa belleza dolorida. Nosotros no somos eso.

Somos la jungla indomable que crece de sus propias fuentes, tan generosas que a veces creemos inagotables. Somos la jungla que se niega a ser tomada, saqueadas sus flores, sus aguas de todos colores, sus loros y guacamayas. Esa que enorme, impasible, imposible, se traga a los que vienen contra ella y los seca.

Somos la jungla herida que se reverdece siempre. La jungla bulliciosa, aparentemente desordenada, si la miras desde un respingado e insípido jardín francés. La jungla inescrutable, inexpugnable para aquellos que nos han querido dominar.

Dominado el jardín francés que cada día ve menos luz del sol porque esas vallas de McDonald's primero, de Microsoft, Amazon y Netflix después, no dejan de crecer. Dominados en su afán de dominar, Europa se convierte en el lambeculos de una potencia oxidada y podrida que se va cayendo a peligrosos pedazos. De un pellejo putrefacto cuelga Europa entera con cara de que el hedor que perciben no es hedor, sino un exótico aroma de alguna planta robada de no sé dónde que hoy florea en su estúpido jardín.

Y en la jungla todo es renacer, todo es vida, incluso la muerte que aquí no existe porque nuestros muertos no son muertos, sino semillas en tierra fértil. Aquí en la jungla, mientras Borrell contaba el cuento de su jardín estéril y sus amos juegan a ser Dr. Livingston, nosotros florecíamos en Chávez en el congreso de nuestro partido, rojos como las cayenas -hibiscos les llaman allá en el jardincito pendejo-, alegres como las nubes de periquitos que verdean el cielo. Nos querían tristes los del triste y cuadrado jardín, nos querían acabados, fumigados con "sanciones", como hacen con las "malas hierbas", nos querían rendidos y ahí estábamos, persistentes como las enredaderas que trepan árboles infinitos para dar con el sol y lo encuentran.

Aquí estamos, en la jungla, floreciendo en Chávez cada día, nueve años después de que lo creyeron arrancado de la tierra, de esta tierra que no es un jardincito sumiso y frágil, sino una jungla poderosa que sana sus heridas y crecen sus ramas y raíces, sí Josep, y que va a terminar alcanzando con su fortaleza y su luz a los mutilados setos de tu jardín, cuando estos se den cuenta de que pueden crecer libres, completos, y empiecen florecer de ellos las ideas que, como sus ramas, también fueron mutiladas.

Desbocados y soberbios, ciegos de codicia y estupidez, terminaron arrinconándose en una situación que los empuja hacia la verdad que tanto pretendieron torcer y tapar.

Hoy se les seca el jardín y el que tiene el agua se llama Nicolás Maduro, el presidente de este maravilloso pedazo de jungla al que hoy tienen que recurrir arrastrando los pies por un camino de tres años de mentiras, agresiones infames y robos. En la bajaíta los esperábamos y ahí están.

Y es que no hay jardincito bonito, ni jardinero con guantes blancos que pueda con la grandeza indómita de esta jungla que somos.

¡Nosotros venceremos!

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