Dom. 01 Diciembre 2024 Actualizado Viernes, 29. Noviembre 2024 - 18:30

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En EEUU se han "normalizado" las apariciones "pacíficas" de hombres armados en concentraciones públicas y manifestaciones de derecha (Foto: AFP)

A 20 años del 11-S, el terrorismo apunta a EEUU desde adentro

Transcurridos 20 años del 11 de septiembre de 2001 (11-S) en Nueva York, es evidente que la política transnacional de la seguridad estadounidense se ha desplazado de manera multidireccional, pero se ha focalizado en el Medio Oriente aplicando los fundamentos de una "Guerra Global" contra el terrorismo.

Consumándose los 20 años del fracaso de la invasión de Afganistán, tanto como la de Irak e intervenciones en Libia y Siria, es evidente que la industria armamentista estadounidense encontró un asidero claro en estos países, acompasando el uso de las armas con acciones simultáneas de degradación de los Estados-nación y la demolición parcial de sociedades enteras.

Ha transcurrido el período histórico del auge de Al-Qaeda, cuando fuera considerada la principal amenaza a la seguridad estadounidense, pero luego sobrevinieron Al-Nusra y seguidamente el Estado Islámico. Han aparecido como otros actores que han justificado, teóricamente, la profundidad y alcance de la agresividad estadounidense.

Sin embargo, hay un claro deslinde entre la trasnacionalización de la seguridad interna estadounidense versus el tratamiento de amenazas reales dentro de su propio territorio.

A inicios de este año, el asalto al Capitolio, sede del Congreso estadounidense, por partidarios de Donald Trump, figuró como un evento donde todas las creencias sobre la seguridad interna han quedado comprometidas. Estados Unidos demostró ser un país vulnerable, no exento de conmociones a gran escala.

Los eventos en Capitol Hill tuvieron además un insumo narrativo inédito, pues consistió en una arremetida más que simbólica de los grupos de ultraderecha en ese país, quienes demostraron que la cima del poder nacional era un flanco expuesto.

Durmiendo con el enemigo

Acorde a las autoridades de seguridad estadounidenses, entre 2009 y 2018 la extrema derecha en ese país fue responsable del 73% de las muertes relacionadas con extremismo. Los extremistas de derecha mataron a más personas en 2018 que en cualquier año desde 1995, cuando una bomba colocada por un extremista antigubernamental mató a 168 personas en un edificio federal en la ciudad de Oklahoma. Este fue el caso de Timothy McVeigh, autor del peor atentado terrorista en Estados Unidos antes del 11-S.

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El asalto al Capitolio fue una conmoción que expuso la fragilidad de la estructura de seguridad interna en EEUU (Foto: Reuters)

En octubre de 2020 la Oficina Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) detuvo a un grupo de hombres vinculados a milicias de extrema derecha que planeaban secuestrar a la gobernadora del estado de Michigan, Gretchen Whitmer.

Posterior a estos eventos se dio a conocer un informe del Departamento de Seguridad Nacional donde Chad Wolf, secretario interino, declaró:

"Como Secretario, me preocupa cualquier forma de extremismo violento […], sin embargo, estoy particularmente preocupado por los extremistas violentos de la supremacía blanca que han sido excepcionalmente letales en sus aborrecibles ataques" en los últimos tiempos, confesó.

Los datos que presenta el documento son contundentes: casi el 70% de los atentados y complots que sufrió el país en los primeros ocho meses de 2020 están enmarcados en el "supremacismo blanco", una categoría enmarcada en la extrema derecha. En estos ataques murieron 39 personas.

En marzo de este año, el director del FBI Christopher Wray declaró ante el Congreso, justo cuando se hacían las comparecencias por los hechos de enero en Capitol Hill. Wray indicó que sus agentes estaban investigando hasta ese momento cerca de 2 mil casos de terrorismo nacional. Son más del doble que cuando llegó a la dirección del Bureau en 2017, ha explicado, y el número "se ha disparado desde el asalto al Capitolio el pasado 6 de enero".

"El 6 de enero no fue un hecho aislado. El problema del terrorismo nacional ha estado metastatizando por todo el país desde hace mucho tiempo y no va a desaparecer pronto", ha advertido Wray.

El fenómeno del que alerta Wray explica que el FBI, que dirigió su foco al terrorismo internacional después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, se encuentre en un proceso de adaptación para enfocarse en la amenaza de los grupos racistas y de extrema derecha. En otras palabras, para el director del buró la política de seguridad estadounidense debe mirar hacia adentro.

Algunos elementos de fondo

Las expresiones de extrema derecha en Estados Unidos tienen un vínculo histórico y sociológico claro con la historia del supremacismo blanco en ese país, por las propias derivaciones generadas desde la era de la segregación racial.

Antes de ello, existieron condiciones acelerantes de tensiones raciales por las propias inercias y heridas heredadas de los procesos de esclavitud y luego su abolición, tanto como la propia Guerra Civil estadounidense.

Estas claves estructurales se trasladan al presente desde muchos ángulos. La denunciada existencia de una estructura racista en ese país también es retroalimentada por el bucle constante de violencia policial, con especial predilección contra los afroamericanos, seguidos de los constantes estallidos y reacciones consecuencia de esas prácticas estructuradas, como el que desató en 2020 el asesinato de George Floyd a manos de un policía blanco.

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El atentado a un edificio Federal en Oklahoma en 1995, a cargo de un supremacista blanco, fue el más grave en la historia de EEUU antes del 11-S (Foto: CBS News)

Sin embargo, hay también otras claves. Varias de ellas tienen lugar en algunas expresiones del cristianismo evangélico, el liberalismo a ultranza y su implícita insubordinación al Estado, la pugna natural entre la ideología conservadora versus las formas de progresismo y, por supuesto, el hábitat de una sociedad estadounidense que ha dejado de ser un "sueño" y se ha convertido en un hervidero de tensiones sociales multidireccionales, con desigualdad, pérdida de derechos e injusticias, descollando con gran ímpetu.

La sociedad estadounidense tiene además un ingrediente potencialmente peligroso y es el de la proliferación de armas. Acorde a datos ofrecidos en junio de 2021 por CNN, hay una estimación de 310 millones de armas en manos de la población estadounidense, muchas de ellas son de alto calibre y están concentradas en reductos específicos de la población, con tendencias ideológicas a la derecha.

La complejidad en el cuadro de situaciones potencialmente peligrosas en Estados Unidos ha tenido el ingrediente acelerante de la pandemia, la cual impuso nuevas condiciones, como confinamientos en las ciudades del país.

Sin embargo, la propia pandemia propició la respuesta de grupos de derecha contra las medidas sanitarias, incluyendo el uso de mascarillas. Vale la pena recordar el secuestro frustrado contra la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, que estaba justificado, según los detenidos, por las medidas sanitarias ejecutadas por la funcionaria.

Desde el auge de la pandemia, seguidores de Trump, supremacistas, ideologizados de derecha y antivacunas, han hecho presencia en la vida estadounidense manifestándose públicamente y sobresaliendo como un sector importante de ese país, atizando en el cuadro de tensiones domésticas justo en los peores meses de la pandemia durante 2020 y 2021. Todo lo han hecho apelando a principios del liberalismo a ultranza y sus interpretaciones sobre la libertad y autodeterminación individual.

Es preciso considerar en este contexto que, lo que en años anteriores se entendió como un punto de expresión de la "tolerancia" de la "democracia" estadounidense a su diversidad, en los últimos años ha resultado mal.

En otras palabras, cuando las autoridades de Estados Unidos reconocían la existencia del llamado "Tea Party", jamás entendieron que de estas expresiones podrían evolucionar formas políticas abiertas y catalizadoras para saqueadores del Capitolio y antivacunas sin mascarillas aglomerados en las calles durante la pandemia.

Pero es grave aún que en suma haya expresiones germinales en la escena abierta que han sido inherentes al desarrollo de un proceso silencioso, dosificado pero acumulado, de terrorismo doméstico, de orientación supremacista y extremista.

El enemigo "difuso"

Acorde a una publicación de Adam Gabbatt para The Guardian, Joe Biden ha sido menos reacio que sus predecesores a identificar el peligro para los ciudadanos estadounidenses. En junio de 2021, Biden dijo que los supremacistas blancos son la "amenaza más letal" para los estadounidenses, y más tarde ese mes su administración dio a conocer un plan amplio para abordar el problema.

Gabbatt refiere a PW Singer, un estratega que se ha desempeñado como consultor del ejército de Estados Unidos, la comunidad de inteligencia y el FBI, y es miembro de New American, un grupo de expertos en políticas públicas. Este dijo que la creciente amenaza del supremacismo blanco en dicho país era demasiado compleja para culpar solo a una falta de atención por parte de las agencias de inteligencia del gobierno, "pero ciertamente no ayudó a detenerlo", apuntó.

"Piense en ello como algo parecido a una enfermedad que afecta al cuerpo político. La persona no solo estaba en negación activa, evitando deliberadamente las medidas necesarias para combatirla, sino que las defensas normales utilizadas contra otras amenazas similares no se desplegaron".

Es posible que Trump se haya ido, refiere Gabbatt, pero parece poco probable que se detenga la complacencia de algunos republicanos con los extremistas de derecha.

Recientemente, August Mo Brooks, un congresista republicano de Alabama, defendió a un partidario de Trump que llevó a cabo una amenaza de bomba en el Capitolio.

"Aunque la motivación de este terrorista aún no se conoce públicamente, en términos generales entiendo la ira ciudadana dirigida al socialismo dictatorial y su amenaza a la libertad y el tejido mismo de la sociedad estadounidense", tuiteó Brooks en referencia al gobierno de Biden, horas después de que el hombre se había estacionado cerca del Capitolio y la Corte Suprema y le dijo a la policía que tenía una bomba.

"La forma de detener la marcha del socialismo es que los estadounidenses patriotas luchen en las elecciones de 2022 y 2024", dijo Brooks. "Dicho sin rodeos, el futuro de Estados Unidos está en riesgo", remató el congresista, refiriendo "amenazas", pero desde el ángulo de la extrema derecha.

La publicación de The Guardian sentencia con una frase lapidaria de Singer:

"Lo que una vez fue el extremo inaceptable se ha convertido en una parte aceptada de nuestra política y medios".

Las dudas sobre la eficacia de la política estadounidense para lidiar con su amenaza interna yacen también en el propio carácter polifuncional de los extremismos en ese país. No obedecen a estructuras medianamente centralizadas y se han configurado en total medida con muchos ámbitos de la vida nacional de maneras "pacíficas" y con modalidades políticamente abiertas.

Si para el gobierno estadounidense su cruzada contra actos potenciales de terrorismo consisten solo en la acción quirúrgica sobre grupos legalmente armados, tendrán la guerra perdida al largo plazo, pues es en la subjetividad y los sentidos comunes ya consolidados y ampliamente promovidos donde germinan las derivaciones violentas. Estas ya alcanzaron lo más alto de la política de su país.

La creencia de que todas las expresiones de violencia extremista de ultraderecha vendrán solo de "lobos solitarios" como Timothy McVeigh han quedado desfasadas. Estados Unidos se perfila a tratar el tema como un problema fundamentalmente en el plano de la seguridad, cuando en realidad es un asunto político y en un amplio espectro.

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