La operación militar especial para la defensa del Dombás que lanzó la Federación Rusa, previo pedido de apoyo de los dirigentes de las recién reconocidas Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, implica un giro en el tablero de la geopolítica global cuyo efecto inmediato parece sentar las bases de un reordenamiento estratégico que toca los vértices fundamentales de la política mundial, desde el comercio de energía, pasando por la rivalidad militar, hasta los parámetros de una globalización económica y financiera irrestricta, configurada a beneficio del sistema capitalista occidental.
En primer lugar, la operación quirúrgica de Rusia, destinada al debilitamiento de la infraestructura militar de Ucrania que ha sido empleada para atacar sistemáticamente a la población del Dombás por un trayecto de ocho años continuos, pone en evidencia que la Federación ha puesto a prueba en el terreno los avances de su revolución técnica-militar.
No se trata de un aspecto menor. En el último tiempo, pero sobre todo en los últimos meses con la escalada del conflicto y la intención de Zelensky de desbordar la situación animado por Estados Unidos y la OTAN, el suministro de armas occidentales por parte de miembros de la OTAN fue en ascenso. Ya a mediados de febrero, se había entregado a Kiev un total de 1 mil 500 millones de dólares en ayuda militar, lo que incluía el sistema de lanzamiento de misiles Javelin y NLAW, que por primera vez serían utilizados por las fuerzas armadas ucranianas.
El 11 de febrero, el ministro de Defensa de Ucrania, Oleksii Reznikov, celebró con algarabía desde su cuenta personal en Twitter la llegada de 90 toneladas de municiones de artillería pesada por parte de Estados Unidos, para completar un total de 1 mil 300 toneladas. Según el OSW Centre for Eastern Studies, desde 2014, Estados Unidos se comprometió a entregar ayuda militar, entre equipamiento y entrenamiento, por el orden de los 2 mil 700 millones de dólares.
Por su parte, Reino Unido, para estas mismas fechas, proporcionó a Kiev 2 mil misiles NLAW, los cuales, junto a los Javelin, suministrados en parte por los miembros bálticos de la OTAN a Kiev tras la autorización de Estados Unidos, permitirían ofrecer una defensa segura contra operaciones terrestres con tanques. Persistía, sin embargo, el "problema" de la superioridad aérea de Rusia, que cuenta con una aviación militar mucho más desarrollada que la ucraniana.
La forma de solucionar esto fue la intención de suministrar los famosos misiles Stinger de fabricación estadounidense, con los cuales Kiev fortalecería sus capacidades de defensa antiaérea. Por su parte Polonia, otro miembro de la OTAN, entregó misiles antiaéreos GROM-M, de corto alcance, para completar este objetivo. También se consideró la posibilidad de transferir el sistema Patriot estadounidense de defensa antiaérea, pero su acoplamiento y capacidad de manejo requería de mucho tiempo.
A mediano plazo, Ucrania planteaba adquirir, tras un acuerdo comercial con Reino Unido firmado recientemente, ocho barcos de lanzamiento de misiles para modernizar su armada y un renovado sistema de desactivación de minas. El contundente suministro de armas occidentales, orientado a transferir algunas de las tecnologías más avanzadas a Kiev, tenía como objetivo, por un lado, compensar la pérdida de recursos en las operaciones contra el Dombás, y mantener el ritmo e intensidad de la movilización bélica en la propia zona, por otro.
Desde este punto se puede deducir la repercusión y el significado estratégico de la operación especial rusa, la cual revirtió la acumulación militar de Kiev propalada por la OTAN y desactivó las capacidades transferidas desde la OTAN. Se puede hablar de un tipo de conflicto indirecto, donde la Federación Rusa superó el sistema de armas de la alianza atlántica y dejó sin efecto sus últimos avances técnicos.
La operación, en síntesis, ha sido un reflejo de la superioridad militar de Rusia y de cómo sus adelantos tecnológicos han sobrepasado a Occidente, inclinando la balanza de la rivalidad militar a su favor. En términos geopolíticos, esto implica un giro inédito, en el cual la OTAN enfrenta, por primera vez en muchos años, una restricción objetiva a sus capacidades de agresión, disuasión e intimidación a escala global.
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Como afirma el doctor en historia y analista geopolítico ruso Andréi Kortunov, con la operación militar especial desplegada, Rusia ha impuesto una "línea roja" que Occidente no puede cruzar, donde se ha vuelto imposible "castigar a Moscú con la ayuda de la fuerza militar, dado que Rusia sigue siendo una superpotencia nuclear y cualquier choque militar con ella está preñado de escalar a un conflicto nuclear global. E incluso una guerra convencional con Rusia en el centro de Europa amenaza con pérdidas obviamente inaceptables para Occidente".
En otro orden, la escala de "sanciones" punitivas de Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea contra la Federación Rusa ya está teniendo un impacto visible en el comercio energético mundial. Los precios del petróleo y el gas han comenzado a subir como efecto inmediato de esta ofensiva. No obstante, hasta los momentos, el flujo de gas por Ucrania sigue funcionando con normalidad, según Gazprom, mientras que el gasoducto de Yamal (Bielorrusia, Polonia, Alemania) también, y las vías alternativas de cargueros por vía marítima hasta Kaliningrado no se han visto afectadas.
Las "sanciones" ilegales de Estados Unidos y Reino Unido apuntan contra grupos industriales y bancarios de la Federación Rusa. Sberbank, Alfa-Bank y Gazprombank, entidades estatales financieras de mucha importancia para el funcionamiento económico de Rusia, fueron castigadas con restricciones para acceder al mercado de capitales y relacionarse con el sistema financiero estadounidense. Lo mismo ha ocurrido con el sistema financiero británico con las empresas y entidades estatales sancionadas.
Otro campo de las acciones de presión en este sentido pasa por el sector de alta tecnología y defensa. La principal entidad en este sentido, Rostec, fue golpeada con "sanciones" y restricciones de Reino Unido, al igual que el banco Novikombank, que proporciona estímulos financieros para este sector.
En un intento de "globalizar" la guerra económica contra Rusia, el principal proveedor mundial de semiconductores, TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company), notificó que las autoridades estadounidenses han exigido suspender las relaciones comerciales con clientes y empresas rusas. Esto es de particular importancia, ya que podría tener un efecto negativo en la industria de tecnología rusa e impulsar un auge en los precios de productos de consumo masivo.
Ahora bien, aunque todavía no está contemplada la medida de desconectar a Rusia del sistema SWIFT (por ahora), claramente las acciones punitivas apuntan a limitar y obstaculizar las relaciones financieras de Rusia con Occidente, mediante una estrategia de amplias restricciones al uso del dólar, acceso del mercado de capitales, exportaciones de productos términos (energéticos, alimentarios e industriales) e importación de componentes tecnológicos.
Las recientes tensiones entre Rusia y Ucrania podrían afectar el suministro de materias primas a nivel global https://t.co/E2bGw7sgWh
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Estas medidas están provocando una fractura inédita del orden económico de la globalización económico-financiera impulsada por Estados Unidos tras la disolución de la Unión Soviética. La retórica triunfalista de un mundo completamente integrado, bajo la égida del neoliberalismo, donde las fronteras y la autonomía económica serían paulatinamente disueltas a partir de la imposición de un esquema de relaciones económicas globales de movilidad irrestricta de capitales, libertad de inversión y ventajas comerciales, parece estar quedando en el pasado.
Los ataques económicos contra Rusia, en un esfuerzo por devolver al planeta a una lógica de Guerra Fría, imponen límites objetivos y líneas divisorias de amplio espectro en las relaciones económicas mundiales, ya que, dependiendo del alineamiento y de los compromisos geopolíticos de cada "bando", el intercambio comercial puede suponer costos importantes en la factura y una selección de "tipo ideológica".
En tal sentido, la guerra comercial, financiera y geoeconómica en proceso provoca fracturas y un replanteamiento estratégico del entramado económico mundial, donde Estados Unidos, ilegalmente, avanza para imponer costos y obstáculos a quienes se relacionen con la Federación Rusa. No obstante, ante un reforzamiento de la nueva arquitectura multipolar en términos de intercambio comercial e integración financiera, ofrece una vía de resistencia, y no solo para Rusia, sino para los países que también están sometidos a la guerra económica de "sanciones".
Estados Unidos, como líder del "Occidente colectivo", con estas medidas reduce paradójicamente el alcance geográfico del propio dólar, limita la penetración de sus corporaciones y crea un ambiente de temor sobre el rumbo de la economía mundial tras la catástrofe de la pandemia. Estados Unidos, uno de los principales afectados.
El resultado que parece proyectarse, y de ahí la importancia de la maniobra de Rusia en este plano, es el de una nueva zonificación de bloques económicos y comerciales, con rutas renovadas (y conflictivas, por supuesto) de suministro de insumos clave, donde el "libre flujo de mercancías" chocará con las restricciones geopolíticas del momento. Esta rearticulación global ahora dependerá de la integración de Eurasia, lo que enfrenta a Occidente con su propia dependencia de recursos naturales, fuerza de trabajo y riqueza de esta estratégica zona del mundo, en la cual reside la mayor acumulación de PIB y población.
Esto implica un reequilibrio de la balanza de poder a nivel mundial, donde Eurasia puede determinar, desde sus propios mecanismos de integración y espacios de interlocución, como fue antes del ascenso geopolítico de Occidente en el siglo XVI, la configuración del mapa económico y el esquema de grandes orientaciones de la economía mundial en pleno siglo XXI.
En síntesis, con la operación militar especial en defensa del Dombás, Rusia no solo ha mostrado una capacidad orgánica para superar, en términos técnicos, los avances de la infraestructura militar y del sistema de armas de la OTAN, sino que también allana el camino hacia una reestructuración del equilibrio de poder que busca poner en vigor la influencia política de una zona del mundo de la cual depende, en última instancia, el movimiento de la economía mundial.