Lun. 02 Diciembre 2024 Actualizado 8:20 pm

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Sudán es importante geopolíticamente en la apuesta multipolar y para el Sur Global (Foto: AFP)

La importancia geopolítica del actual conflicto en Sudán

El 15 de abril de este año comenzó una confrontación armada entre las Fuerzas Armadas de Sudán (SAF, por sus siglas en inglés), comandadas por el actual líder general Abdel Fatah al Burhan, y la formación paramilitar Fuerzas de Respuesta Rápida (RSF, por su siglas en inglés), bajo el mando de Mohamed Hamdam Dagalo, conocido también por su sobrenombre Hemedti, socio "junior" de la coalición que de facto gobierna el país desde finales de octubre de 2020 luego de un golpe de Estado llevado a cabo por el SAF, con apoyo de las RSF, contra el Consejo de Transición.

Tras el derrocamiento del gobierno de Omar al Bashir en abril de 2019 el país pasó a manos de un consejo de transición conformado por cinco militares y cinco civiles, estos últimos representantes de las clases profesionales de las principales ciudades: Jartúm (la capital) y Omdurman (la segunda ciudad). Se pudiera decir que este órgano más que una representación efectiva de las complejas y diversas fuerzas políticas del extenso y balcanizado país es una clara muestra de la horma occidental que incidió en su configuración.

Ambas figuras, hasta hace nada aliadas, integraban el Consejo Soberano, encabezado por al Burhan, que al menos en principio fue la entidad encargada de dar los pasos a "la transición" hacia un gobierno civil basado en el Acuerdo Marco firmado en diciembre de 2022 y promovido por la ONU, Estados Unidos e Inglaterra. No obstante, el factor que condujo al conflicto está directamente relacionado con la manera en que se estableció el acuerdo y las presiones, en un marco temporal sumamente corto, para que las RSF se asimilasen a la estructura formal del ejército sudanés.

Esto, en la superficie, degeneró en el enfrentamiento armado de ambas formaciones por casi 15 días en plena capital, donde una serie de roces enturbiaron las discusiones entre ambos y los condujo hasta la actual confrontación de forma traumática, no sólo por lo que de suyo representa hasta ahora con su alta cifra de muertos, heridos, desplazados y destrucción sino que se dan, a diferencia del patrón histórico habitual, en plena capital en vez de en las acostumbradas periferias geográficas (Darfur, Kondorfán, el Nilo Azul o las montañas nubias)*.

Al corte de caja del 2 de mayo se dio la noticia de un cese al fuego durate siete días promovido y transmitido por un comunicado del ministerio de exteriores de Sudán del Sur, mediado por Salva Kiir, su presidente, quien conversó directamente con ambas partes y anunció también el inicio de diálogos en Riad, Arabia Saudita, bajo el formato del IGAD, acrónimo de la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo de África Oriental.

Los combates han sido particularmente cruentos puesto que se han librado en zonas residenciales más que en ámbitos militares, y las RSF se han atrincherado también en hospitales y otros edificios civiles. La ONU ya comienza a hablar de 100 mil desplazados hacia otros países vecinos, con el riesgo de que ascienda a 800 mil, con su consiguiente número de muertos y heridos, además de los daños materiales. Mientras tanto, en regiones volátiles como Darfur el conflicto refleja en gran medida parte del cuadro sociológico que se produce en la capital.

EL TRASFONDO

Como de costumbre la explicación que se difunde sobre lo que ocurre en Sudán se limita, en esencia, a la pugna de poder entre el SAF y las RSF, en especial porque esta es una estructura paramilitar que emergió y se consolidó tras la guerra de Darfur, con Hemedti como su líder. El presunto núcleo del desencuentro radica, según dicen, en el tiempo al término del cual se daría la asimilación: Burhan apuesta a un periodo de dos años mientras que Hemedti a diez.

Imposible ahondar en ello pero se hace obligatorio resaltar, al menos, que la turbulenta historia de Sudán se narra a partir de las diferencias estructurales de la relación centro-periferia que explica que en el primero se encuentra la élite ribereña (por el Nilo) y en el segundo el resto de las expresiones regionales, con sus periódicos ciclos de intentos de unidad, antagonismos por diferencias políticas y étnicas, golpes de Estado que conducen al país a décadas de gobierno militar, etcétera.

En el centro se condensan los principales espacios de poder, riqueza y control sobre los recursos, una impronta que ha evolucionado de esta manera desde la colonia, pasando por la descolonización y permaneciendo en ese estatus por décadas; mientras que en la segunda, encarnada en este caso por Hemedti —una de las expresiones regionales— se trata de un líder militar que proviene de clanes árabes de Darfur.

Esa división histórica tiene una modificación con el ascenso al poder de las RSF, las cuales fueron adquiriendo su propio lugar levantando su estructura de poder particular. Esta estructura replicaba la ya instalada por las fuerzas políticas de Jartúm, basada en un consenso militar-empresarial que, mediante industrias, firmas comerciales y el poder político administran los distintos flujos de renta y riqueza. En el caso de las RSF esto se ha manifestado mediante la extracción de oro pero también en los servicios militares que ofrecen como compañía militar privada y mercenariato —tuvieron una importante cuota de mercado en la agresión saudita y emiratí sobre Yemen, al ponerse al servicio de la coalición que desde Adén se enfrentaba a los hutíes y al ejército yemení.

En pocas palabras: Se trata de un actor con un peso político y militar específico que no puede ser ignorado ni nariceado, luego de que durante los años inciertos que van de 2019 a nuestros días ha logrado establecer un juego de poder que replica al de la élite ribereña, quienes lo ven con malos ojos porque no representa los círculos tradicionales y es considerado un arribista.

Pero, por supuesto, esto en sí mismo no tendría por qué explicar el desequilibrio provocado que ha conducido a las hostilidades abiertas entre ambos, tal como quisiera fotografiar el "sentido común" de los medios mainstream. En el fondo dos elementos fundamentales operan: En primer lugar la reciente mediación/actuación de la ONU y los actores occidentales, por el otro los múltiples y complejos vectores geopolíticos en juego que además atestiguan los dramáticos movimientos regionales pero también globales, primero en el mundo árabe y, segundo, en el proceso de conformación de la multipolaridad.

Sudán, otrora el país más grande de África y entre los primeros del mundo, desde su independencia formal en 1956 siempre ha estado en la mira de las dinámicas del poder geopolítico, por lo que sobre su territorio siempre ha jugado una serie de factores de división y una dinámica muy pesada en materia de intervención extranjera. Tampoco existe espacio para glosar en este texto la división étnica norte-sur que condujo a la balcanización del país en 2011 y que dividió al sur subsahariano, agrario y cristiano/animista —donde se encuentra 75% de las reservas petroleras, ahora en manos de Sudán del Sur—, del norte árabe, islámico, con la mirada puesta en esa dirección.

Lo cierto es que al menos la alineación sudanesa en sus relaciones internacionales reproducía una serie de posiciones que se ajustaron primero con Irán —con quien posteriormente rompe relaciones en 2016— para ubicarse luego en la órbita arábiga, lo que implicaba el no-reconocimiento del Estado de Israel sien o, además, un promotor activo —incluso con apoyo militar— de la causa palestina. No obstante, el proceso de articulación regional que se orientó hacia las estipulaciones saudíes, emiratíes y egipcias, por un lado, y a la dinámica del Cuerno de África, por el otro, lo fue conduciendo a una posición distinta.

Aquí también operaron en sus distintas etapas las consecuencias del régimen de "sanciones" impuesto por Estados Unidos que tipificó a Sudán como país promotor del terrorismo, así como los crímenes de guerra procesados por la Corte Penal Internacional de la región de Darfur. Igualmente es evidente el peso que tiene para calibrar el fondo que sostiene este conflicto la producción y extracción de commodities más allá del petróleo, en particular el oro, toda vez que se trata de un país pletórico en recursos hídricos y minerales, además de una posición geográfica decisiva: De cara al mar Rojo y al estrecho de Bab el Mandeb.

A los grandes poderes globales se les hace imposible ignorar todo este contexto. Desde 2019 hasta nuestros días se han provocado diversos virajes de importancia y con su innegable serie de consecuencias. Por un lado, existe una relación particular con Egipto desde los tiempos coloniales. Por el otro, los distintos círculos militares y económicos ejercen sus propios esquemas de relaciones con los sujetos pesados del golfo Pérsico, donde Arabia Saudita tiene un papel preponderante —cercano, en este caso, a al Burhan y el SAF—, pero en el que no se pueden escapar ni el rol de los Emiratos —en los cuales Hemedti goza de una relación privilegiada—, ni el de otros actores como Turquía y Catar, quienes representaban de suyo otra corriente islamista que hasta hace poco se encontraba en una situación agria respecto a Riad y Abu Dhabi.

Aunado a esto, el principal socio comercial de Jartúm sigue siendo China, goza de buenas relaciones con Rusia y desde entonces las potencias occidentales interiorizaron que no podían lograr establecer del todo, o al menos como querían, un gobierno civil bajo la horma liberal —excluyendo la infinidad de matices y dinámicas interconectadas— más "western friendly".

Aún así Sudán ha dado pasos dramáticos en el proceso de apertura hacia esa dirección, reabrienron una embajada estadounidense tras 25 años de no tenerla mientras que, aún más dramático, establecieron una hoja de ruta activa en el reconocimiento del Estado de Israel bajo el paraguas de los Acuerdos de Abrahám que promovió la administración Trump, mediante los cuales los países árabes emprenden el proceso paulatino de reconocimiento a Tel Aviv.

Es en función de ese acto de reconocimiento por el que Estados Unidos levanta el régimen de medidas coercitivas unilaterales y le quitó a Sudán el estatus de país promotor del terrorismo. Como de costumbre, estas decisiones nunca vienen solas y con esa compuerta ingresa a la dinámica del país todo el rosario de mecanismos no solo de intervención y cooptación sino las lógicas del esquema liberal occidental, y también el "orden basado en normas".

Así, la principal causa del actual conflicto no se puede circunscribir a una vulgar pugna de poder entre al Burhan y Dagalo, no sólo aliados político-militares sino amigos, como a la actuación "mediadora" en este caso de la ONU.

Si por un lado Hemedti y las RSF buscan preservar instancias de poder en el lugar que paulatinamente construyó y que, por lo tanto, propugna por su reconocimiento, por el otro se refleja la lógica simplificadora, ansiosa y básica de los tótems liberales de la formación de un nuevo gobierno bajo "administración civil", la "transición a la democracia" y las "elecciones libres" como elementos sine qua non para la "normalización" de Sudán. En el centro de esto opera el enviado de la ONU, Volker Perthes, un "think-tanker del establishment alemán, encendido por la ideología neocon".

Concentrando las presiones, como se reflejó en la última reunión del organismo multilateral el 15 de marzo, en la transición del poder y la conformación del gobierno civil, en lugar de considerar las distintas dinámicas, matices y procesos sociopolíticos en curso que podrían generar las condiciones básicas hacia un proceso exitoso, el poco vuelo diplomático exacerbó la crisis en vez de contribuir al establecimiento de pasos que garantizaran la estabilidad en el rumbo de lo discutido. Con esa aproximación se confirmó el decir de M.K. Bhadrakumar: La preferencia del actual secretario general de la organización, Antonio Guterres, por enviar encargados angloeuropeos a los focos críticos "donde están en juego los intereses geopolíticos occidentales".

La poca altura diplomática es sin lugar a dudas una de las causas principales de la intensificación de este conflicto, mas no necesariamente la única. Pareciera haber sido una sorpresa, así como motivo de apuro y alarma para todos los actores implicados sin excepción dado lo cacofónico, a veces errático, de las distintas iniciativas de mediación y los distintos desplomes de cese al fuego. A este último que se le estableció lo precedía uno en el marco del Eid al Fitr, el final del mes sagrado del Ramadán, que sencillamente ninguna de las partes cumplió.

No obstante, un examen con algo de aumento incrementado permite vislumbrar una serie de vectores no menores.

LOS MOVIMIENTOS GEOPOLÍTICOS MÁS ALLÁ DE LA SUPERFICIE

Conviene apuntar en primer lugar la presión que dentro de los requisitos occidentales cumple la transición a un gobierno civil contemplado en el reconocimiento de Israel como quid pro quo para el levantamiento de las "sanciones", mientras que en el centro de esta exigencia se encuentra, del lado de Tel Aviv, el que dicho reconocimiento no provenga de un gobierno militar. Pero en el centro de esta táctica, se ha dicho, se contraviene de suyo todas las dinámicas intrínsecas e históricas de la administración del poder, los recursos y el dinero, lo que incluiría la alineación en materia de relaciones internacionales del país. Proceso que no se resolvería por arte de magia liberal.

Luego, en un plano más constante, están las relaciones con los factores regionales de mayor poder e influencia económica: Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. En la última década Sudán se ha embarcado en las distintas agendas internacionales de estos países mientras que se establecen acuerdos de naturaleza comercial, infraestructural y económica.

A pesar de que Jartúm no tuvo una posición al calco y rajatabla respecto a la guerra contra Siria —no apoyó la expulsión del país levantino de la Liga Árabe—, tampoco contravino la de Riad o Abu Dhabi. Igualmente, y de forma más clara, se manifestó en Yemen mientras que asumía una de carácter intermedio con relación a Catar y Turquía, otros nodos políticos y económicos de importancia pero en la órbita ideológica de los Hermanos Musulmanes en oposición a las del sistema saudita, con su banca islámica, sus madrasas y sus organizaciones caritativas.

Precisamente esto condujo a Sudán a seguir la pauta —también lo hizo Chad— de sumarse a los Acuerdos de Abrahám, como uno de los primeros movimientos del gobierno de transición que emergió desde la caída de al Bashir en 2019.

En el medio de esto aparecen las propias apuestas saudíes y emiratíes, algo que ha supuesto reajustarse a la nueva orientación que han tenido estos países en materia de estilo diplomático, políticas de resolución de conflicto y adhesión a la propuesta económica en torno a los Bric,  con el petroyuan como centro gravitacional emergente. Países que de haber emprendido posiciones beligerantes y aventuras de intervención extranjeras fallidas —Siria, Yemen e Irán— les habría costado realinearse ahora bajo nuevos auspicios. En suma, este conflicto en Sudán supone una nueva nueva prueba de sus capacidades diplomáticas, resolutivas y comerciales.

Durante la administración Trump el Departamento de Estado en vez de asumir una política directa con respecto a Sudán decidió delegar todos los mecanismos de esta naturaleza, precisamente, en estos aliados históricos —incluida Etiopía— en lugar de la acción directa, algo que había comenzado a modificarse con el ejercicio de la administración Biden, quien tampoco establece una política particular y clara más allá de los postulados habituales ya mencionados.

Los intereses geoeconómicos de las potencias regionales árabes son intensos, y la posición más o menos general sobre este conflicto, en particular para Riad, es de una resolución rápida, ahora con tanto en juego. El mar Rojo influye preponderantemente en los proyectos de transición del príncipe Mohamed Bin Salman con su mega proyecto de ciudad del futuro, NEOM, asentado en la costa norte del país. Además de esto Riad ha creado dos zonas económicas especiales precisamente en esa línea costera con Sudán como parte de su estrategia de transición económica y energética.

Por otro lado los Emiratos, hasta ahora más cercanos a Hemedti, forman parte del grupo conocido como el "Quad", junto con Estado Unidos y Reino Unido, en apoyo a una transición democrática en Sudán. Pero incluso se considera que dentro de ese cálculo de apoyo un conflicto de esta magnitud no estaba considerado o deseado dentro de su mano de cartas, puesto que su propia inversión multimillonaria en proyectos de agricultura y en una cadena de interconexión marítima se encuentra igualmente comprometido.

También es menester evaluar el rol de Egipto, por un lado alineado a Riad, que también tiene sus propios intereses y preocupaciones, y manifesta su apoyo a un ejército nacional unificado, por lo que favorece la posición de al Burhan pero también interesado en una inserción coherente de las RSF a las estructuras estatales.

Luego, no menos importante y en gran medida un factor visible, está la propia relación con la Federación Rusa. En febrero el canciller Serguéi Lavrov realizó una visita a Sudán donde se reunión con ambas partes, lo que supuso su papel a favor de la estabilidad política en el país, cosa que se reflejó en el comunicado de su cancillería el propio 15 de abril, cuando comenzaron las hostilidades, en el que conminaba a ambas fracciones a manifestar voluntad política y encontrar una solución política al conflicto.

Si Moscú tuviese algún interés en provocar un desencuentro que derivase en las armas no habría reactivado en septiembre del año pasado un acuerdo de 2017 según el que se contemplaba la construcción de una base naval de la armada rusa en Port Sudan, en el Mar Rojo, cosa que no provocó ninguna estridencia en los que para entonces eran el mando político del país, y que hoy se enfrentan.

Pero esto nos lleva directamente al comentario/amenaza que enunció el cuasi flamante embajador de los Estados Unidos en Sudán tras 25 años de hiato de representación diplomática, cuando a finales del propio septiembre declaró en una entrevista que "todos los países tienen el derecho soberano de decidir con cuáles asociarse, pero estas elecciones, por supuesto, tienen consecuencias", y advirtió en la misma entrevista que esa decisión podría aislar a Sudán "en un momento en el que los sudaneses quieren acercarse más a la comunidad internacional".

Vale destacar que Hemedti estaba el 22 de febrero de 2022 en una visita oficial en Moscú, el día que Moscú le dio inicio a la Operación Militar Especial (OME) en Ucrania.

Otro filón que ha acompañado la versión simplista del conflicto ha sido la de un presunto "acuerdo" entre la —para occidente— controversial compañía militar privada Wagner, que presuntamente realizó un acuerdo con Hemedti y las RSF y se convirtió en uno de los motivos por los cuales Estados Unidos e Inglaterra convocaron al Consejo de Seguridad y confirieron internacionalización all conflicto (¿occidentalizándolo?) en aras de inhibir las posibles vías de solución con factores regionales.

Pero es que, además, la archihalcona Victoria Nuland estuvo en Sudán el 9 de marzo de este año para discutir sobre la "transición democrática". A esto se le debe agregar que desde 2011, el año cuando se divide Sudán en dos, la NED y la Usaid han incrementado considerablemente su presencia en el país, lo que contribuyó a sugerir significativamente la composición tecnocrática y oenegera del gobierno de transición de primera hora en 2019.

EL CONFLICTO Y EL EQUILIBRIO INESTABLE: CONCLUSIONES

Al recrudecer el conflicto en la capital sudanesa un número considerable de delegaciones diplomáticas —incluida la venezolana— comenzó a evacuar su personal. Una revelación no desdeñable fue el descubrimiento de la cifra que compone el "personal diplomático" de la embajada de Estados Unidos, una planta de 70 funcionarios. Una cifra altísima para un país que no goza de relaciones políticas y comerciales intensas con Washington.

Para ponerlo en perspectiva, la delegación estadounidense en Ucrania la compone una nómina de 71 funcionarios, más allá de los elementos militares fuera del encuadre diplomático formal. Y hablando desde ese mismo encuadre, volviendo a Sudán, atrás quedaron tras la evacuación 16 mil ciudadanos estadounidenses, algo que no hace falta leer tan entrelíneas para entender ahí un potencial conflicto internacional y materia prima para la intervención directa.

Más aún cuando la única explicación para una embajada con un número tan alto de funcionarios no encuentra su explicación precisamente en el interés político formal sino que se hace imposible no especular acerca de que esto hable más de una base de inteligencia avanzada que un ejército de actores comerciales.

El cuadro político interno en Sudán puede parecer frágil y complejo, aún más por cortesía de Occidente, pero eso no lo hace menos dinámico, aún menos cuando se pone en perspectiva los numerosos juegos internacionales en los que Jartúm, con su choque de vectores internos, ha decidido emprender.

Sean cuales sean las razones que puedan considerarse en la naturaleza de las decisiones de apertura, tanto a Oriente como a Occidente, por parte de Sudán en el marco de este proceso ciertamente de transición política, puede concluirse, independientemente de los más que guiños a Israel y a Estados Unidos, que la orietación se dirige con peso hacia el otro frente.

Sudán no sólo se acomoda al realineamiento político en el Medio Oriente, donde China —el principal socio comercial del país del Cuerno de África— ha emprendido acuerdos de paz y transformaciones profundas en materia de comercio e inversión, sino que se encuentra entre los últimos 19 países que se postularon para incorporarse al Brics+ en días recientes, lo que establece claramente la impronta que también se ha venido reflejando tanto en los proyectos económicos y portuarios de los países del golfo como también con los de infraestructura a gran escala en materia hidrológica y ferroviaria bajo la misma lógica ganar-ganar de la Franja y la Ruta.

Frente a esto, el 23 de abril el presidente Joe Biden anunció una Resolución de Poderes de Guerra a las presidencias del Congreso y el Senado que habilita a Estados Unidos a desplegar tropas en Sudán, Yibuti y Etiopía, lo que parece explicar la función que pueden tener aquellos presuntos 16 mil ciudadanos de su país en Sudán a los que se le deben agregar en los otros países, en particular Etiopía, que por poco degenera, también, en una guerra civil entre el gobierno y fuerzas proxy de las regiones Tigray.

El otro foco de potencial conflicto lo representa el trasvase desde Darfur de lo que ocurre en las principales ciudades sudanesas, en particular en Jartúm, toda vez que la propia dinámica regional supone el riesgo de que se desborde mediante alianzas, clanes y otros vínculos hacia las fronteras de Chad y Libia, peligro de un escenario de caos violento aún mayor.

Con un resultado de pronóstico, en el que queda claramente establecido por qué Sudán importa tanto en la apuesta multipolar y el Sur Global, emerge una pregunta: ¿Cuánto pase de factura se está expresando aquí desde Estados Unidos hacia Arabia Saudita porque la monarquía decidió sumarse de forma contundente y dramática al cambio de paradigma que rápidamente emerge este año rumbo a la desdolarización?

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