Más que por su declaración final, los acuerdos alcanzados o las intervenciones de presidentes y cancilleres, el valor específico de la VII Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) en Buenos Aires recayó en el fiel paisaje que dibujó sobre el estado actual de la integración latinoamericana, con sus retos y desafíos más apremiantes. El evento en sí, lo que demostró, es la clave fundamental para pensar el escenario geopolítico actual, con la complejidad que une y separa el horizonte de la región.
El contexto y sus paradojas
En una primera lectura, la VII Cumbre afianzó el nuevo balance de poder de la región al aglutinar a casi la totalidad de los líderes del espectro de izquierda/progresismo, en toda su escala de grises, que ocupan el primer plano de la política continental en estos momentos. La participación del presidente Lula, que marcó el retorno de Brasil al escenario geopolítico latinoamericano con su primera asistencia a un evento diplomático internacional, no solo tuvo un peso específico en otorgarle relevancia a la cumbre, sino que, además, expresó el viraje hacia un panorama geopolítico donde la derecha no es hegemónica.
Resulta paradójico que en un escenario favorable a la integración, más aún tratándose de una cumbre de la CELAC donde buena parte de los Estados miembros son gobernados por la izquierda -aunque ese concepto no sea necesariamente un sinónimo de homogeneidad y criterios comunes-, el presidente Nicolás Maduro se viese obligado a cancelar su asistencia en vista de que no estaban garantizadas condiciones seguridad mínimas para su visita. La oposición argentina, activando sus brazos habituales de poder, la santa trinidad poder mediático-legislativo-judicial, hizo del viaje de Maduro el epicentro de una agenda semanal de confrontación contra Fernández.
La debilidad que expuso Fernández en la Cumbre con respecto a la asistencia del mandatario venezolano, una continuación de la fragilidad general de su gobierno frente a situaciones diplomáticas delicadas como el secuestro del avión venezolano de Emtrasur a mediados del año pasado, o de carácter interno, como el intento de asesinato de la vicepresidenta Cristina Fernández o la ofensiva de acoso y derribo del Poder Judicial contra ella, refleja que la premisa de un eje Brasilia-Buenos Aires, desde el cual orbitaría el reimpulso de la integración, adolece de la suficiente fuerza de tracción por la parte argentina.
Justamente, la reunión bilateral difundida con amplitud entre Lula y Alberto en Buenos Aires se tradujo en el intento de posicionar un nuevo marco de liderazgo y conducción sobre la CELAC centrado en ambas figuras, siendo el presidente brasileño el actor principal. Pero, difícilmente, el gobierno argentino, disminuido en su autoridad política e institucional interna, pueda liderar la geopolítica regional junto a Brasil, si en su propia casa el poder de Fernández es permanentemente desafiado.
Retórica saturada y criterios fragmentados
Por encima del mapa continental pintado de rojo a raíz de la seguidilla de derrotas electorales de la derecha en tiempo reciente, el escenario de la integración regional no es homogéneo. La complejidad del cuadro geopolítico actual radica en que, si bien el balance de poder es favorable a la izquierda, dentro de su universo ideológico y programático, las divergencias de criterios e intereses particulares limitan el horizonte de posibilidad de una arquitectura institucional de integración renovada y ajustada a los cambios tectónicos ocasionados por el retorno violento de la lógica de Guerra Fría en el metabolismo de la economía mundial, sus cadenas de suministros y fuentes de recursos estratégicos.
Esto se percibió con toda claridad en el panorama discursivo de la plenaria de la Cumbre. Gustavo Petro indicó que era necesario reflotar y actualizar el sistema interamericano de derechos humanos perteneciente a la OEA, como paso previo para alcanzar un "pacto democrático en donde las derechas y las izquierdas no crean que cuando llegan al poder es para eliminar a su contrincante físicamente".
En una línea similar, Alberto Fernández centró su intervención en la necesidad de defender la democracia en la región desde la CELAC, en referencia al intento de golpe de Estado del pasado 8 de enero en Brasilia. También condenó, nuevamente, la aplicación de sanciones y bloqueos contra Venezuela y Cuba. Lula, por su parte, señaló que la integración debe fortalecerse para revertir el hambre y la pobreza, y que la región tiene un alto potencial para aportar en la lucha contra el cambio climático y producir energías limpias.
Gabriel Boric, como era de esperarse, atacó nuevamente a Nicaragua y, en una alineación evidente con las recomendaciones del think tank estadounidense Wilson Center (su informe sobre Venezuela que intenta delinear una nueva política de Washington hacia Venezuela fue materia de análisis en esta tribuna), amplificó la narrativa manipulada de "elecciones libres" en Venezuela, en sincronía con el petitorio de la coalición opositora en México.
Luis Arce, en cambio, señaló que la CELAC debe afianzar su lugar en la construcción de un mundo multipolar e indicó que el organismo debe abrir relaciones con los BRICS, ya que el cambio del eje económico internacional del Atlántico al Pacífico implican una reconfiguración de la economía mundial donde América Latina debe participar activamente.
¿Cuánto equivaldría una moneda común latinoamericana respecto al PIB mundial? https://t.co/TbClTsTA00
— MV (@Mision_Verdad) January 30, 2023
AMLO, que no asistió a la cumbre, exhortó a la CELAC a pronunciarse y condenar la deposición de Pedro Castillo de la presidencia de Perú y la represión extendida en el país. Aunque el caos y la inestabilidad del país andino figuró como preocupación en algunos discursos, no fue posible llegar a un consenso sobre cómo el organismo debería abordar la situación y cuáles dispositivos institucionales se podrían activar para contribuir a una salida pacífica y constitucional a la crisis política en Perú.
Lo bueno y lo malo
El registro de discursos en sí mismo es una evidencia de que el reimpulso de la CELAC adolece de una reinvención de sus marcos de unidad y de sus instrumentos de planificación. A nivel retórico existe un consenso generalizado de que el organismo debe repotenciarse, pero las propuestas prácticas para lograrlo resultan escasas, cuando no inexistentes, en la medida en que cada país ve en ese impulso organizativo una oportunidad para avanzar en agendas particulares de carácter político o ideológico.
Un ejemplo palmario de esto es que la condena a los golpes de Estado o a los intentos de fracturar el orden constitucional no cuenta con compromisos firmes y herramientas para que el organismo actúe. La misma ausencia de asidero práctico, de opciones geopolíticas compartidas, ocurre cuando se mencionan otros problemas de carácter regional como los bloqueos financieros, las debilidades energéticas o la frágil integración económica de los países de la región, salvo por la propuesta de una "moneda común", denominada "Sur", que por ahora solo impacta en los intereses inmediatos de Brasil y Argentina
Por esta razón, la ilusión de acuerdo y afinidad que deja el saldo discursivo del evento se traduce en que, a una semana de realizarse la Cumbre, la misma no ha logrado mantener su impacto internacional, ya que la base que origina la fragmentación sigue inalterada: la ausencia de instrumentos y mecanismos institucionales renovados que dinamicen el funcionamiento del organismo y le otorguen nuevos dispositivos de influencia geopolítica.
La elección de San Vicente y las Granadinas como presidente pro témpore es quizás el resultado más importante de la VII Cumbre. Con el país dirigido por Ralph Gonsalves, el Caribe y el eje ALBA-Petrocaribe adquieren centralidad geopolítica en las orientaciones estratégicas del organismo, fungiendo como contrapeso al patrón clásico de situar la presidencia pro témpore en países cuyo poder económico y geopolítico (caso Argentina o México) eleva la competencia interna por el dominio del organismo.
En este sentido, que el país caribeño esté al frente de la CELAC mantiene con vida el sentido de oportunidad histórica para revitalizarla, de acuerdo a su espíritu fundacional: desempeñarse como una plataforma de integración que le permita a la región actuar como bloque geopolítico autónomo, con incidencia internacional e integración dinámica en la multipolaridad, capitaneada en la actualidad por el eje de poder euroasiático.
Una agenda coherente para reimpulsar la CELAC debe partir de factores prácticos que se originan, finalmente, en las afinidades generales existentes, más allá de su revestimiento retórico. Una ruta confiable en esta dirección podría tener dentro de su brújula la creación de un instrumento o protocolo compartido contra golpes de Estado, donde se faculte al organismo a desarrollar mediaciones y promover instancias de diálogo y negociación en los países que se vean afectados por crisis institucionales.
En lo económico, la gran materia pendiente en materia de integración desde la ruptura con el imperio español, la CELAC podría avanzar en la configuración de mecanismos de consultas donde alternativas de intercambio comercial e inversión conjunta en áreas estratégicas puedan explorar su viabilidad, permitiendo aglutinar y darle fuerza a las iniciativas en este sentido, como el "Sur" o una asociación de países exportadores de litio, por solo poner dos ejemplos que han generado entusiasmo.
En cuanto a los bloqueos económicos, la CELAC bien podría utilizar su poder de negociación en bloque para ampliar las líneas de crédito de organismos e instituciones financieras con el propósito de generar una alternativa confiable de financiamiento, o agilizar la inserción de la región, a través del organismo, dentro de la nueva arquitectura de la desdolarización que cada vez gana más terreno en Eurasia y el Sur Global.
Lo bueno es que todo está por construirse, y para ello se tiene una oportunidad política invaluable.