Como parte de la normalidad que, tal cual tierra prometida, han ofrecido reiteradamente durante la pandemia, algunos gobiernos del Norte Global han creado mecanismos que controlan la movilidad en función de la inoculación de las vacunas contra la covid-19.
El llamado pasaporte vacunal ha levantado un debate que va más allá de las vacunas y pone en cuestión tanto los postulados de las democracias occidentales como las nociones de futuro que esas democracias proponen al mundo.
Hablando de las vacunas más allá de ellas
A propósito de las vacunas, los medios han informado cómo varios gobiernos han obligado a vacunar al personal sanitario, empleados y funcionarios de seguridad. Son cada vez mayores las quejas de personas no vacunadas que se sienten restringidos o excluidos no solo del trabajo, sino también de la vida social.
En Italia, a partir del 15 de octubre, los trabajadores deben mostrar a su empleador un comprobante de vacunación, una prueba de covid negativa o la recuperación de una infección reciente. Cualquiera que no pueda hacer esto corre el riesgo de ser suspendido del trabajo sin paga.
Francia, Grecia y Portugal piden certificados que acrediten vacunación o resultados negativos para entrar en restaurantes y otros espacios cerrados. El gobierno británico aconseja la medida para discotecas y teatros mientras en Dinamarca funciona para todo tipo de actividades diarias.
Otros países como Canadá están adoptando medidas similares: a partir del 30 de octubre solo los vacunados pueden viajar en avión o tren, aunque un gran número de canadienses se ha vacunado y muchos otros tienen preocupaciones sobre la seguridad de las vacunas, hay aspectos prácticos en los que lo científico y lo mitológico se confunden.
El punto de discusión está en que solo la vacuna (en particular, algunas confeccionadas por la industria de la medicina corporativa o Big Pharma) es asumida como garantía de inmunidad ante el virus SARS-CoV-2. Además, aún se discute si estos fármacos realmente disminuyen la probabilidad de contagio dado que su eficacia es medida, fundamentalmente, a partir del riesgo de contraer covid-19 grave.
Según se publicó en The Lancet, aquellos que dan positivo después de ser vacunados con las dos dosis (infección post-vacunal) tienen casi el doble de probabilidades de ser completamente asintomáticos; el estudio indicó que el riesgo de contraer la enfermedad de larga duración (cuando los síntomas persisten después de 28 días desde la infección) se reduce a la mitad entre los vacunados con la pauta completa.
En lo que coinciden todos los actores que llenan la redes sociales de las palabras "vacuna" y "covid-19" es en que no son óptimas, debido a que, de los dos tipos de inmunidad que se esperan de una vacuna, las existentes casi siempre logran una. A saber, hay dos tipos principales de inmunidad que se pueden lograr con las vacunas:
- La inmunidad efectiva con la que se puede evitar que un patógeno cause una enfermedad grave, pero que ingrese al cuerpo o haga más copias de sí mismo.
- La inmunidad esterilizante con la que sí puede impedir la infección e incluso prevenir casos asintomáticos.
Generalmente las vacunas que están en uso masivo logran la primera, aunque muchos medios apelan a un estudio, aún no revisado por pares y dirigido por un equipo de la Universidad de Oxford (co-fabricante de la vacuna Vaxzevria, comúnmente llamada AstraZeneca), que analiza específicamente la variante Delta y dicen demostrar que tanto las vacunas Comirnaty (o Pfizer) como Vaxzevria reducen la transmisión de la enfermedad.
Analizaron casi 150 mil contactos que fueron rastreados de casi 100 mil casos iniciales de la enfermedad, los casos iniciales positivos contenían una combinación de personas vacunadas y no vacunadas y el objetivo no era solo ver qué grupos tenían más probabilidades de transmitir el virus, sino también cuál de las dos vacunas era más efectivas para reducir la transmisión.
El resultado publicado es que ambas vacunas redujeron la transmisión, pero la Comirnaty fue la más efectiva para hacerlo. Los contactos de aquellos que estaban completamente vacunados con esta tenían un 65% menos de probabilidades de dar positivo en la prueba de covid-19 en comparación con los contactos de los que no estaban vacunados. Mientras tanto, los contactos de los que estaban completamente vacunados con Vaxzevria tenían un 36% menos de probabilidades de dar positivo en la prueba en comparación con los contactos de los que no estaban vacunados. Sin embargo, al no estar revisado por pares ni haber más avances al respecto, las conclusiones siguen requiriendo mayor análisis.
Otra discusión vigente es la que gira en torno a la duración de la eficacia de las vacunas, la protección de cualquiera de las dos vacunas anticovid más utilizadas contra la variante Delta del coronavirus se debilita en tres meses, así lo reveló otro estudio de salud pública británico que, curiosamente, reporta que quienes se infectan tras recibir dos inyecciones de la vacuna de Pfizer-BioNTech o de AstraZeneca pueden suponer un mayor riesgo para los demás que con las variantes anteriores del coronavirus.
Lo evidenciado por este estudio es la razón que apalanca la tesis de que es necesario un refuerzo, o tercera dosis, para aumentar la eficacia. Ello significa muchas más ventas y ganancias para Big Pharma a cargo de la distribución de vacunas en Europa y Norteamérica, principalmente.
El descenso de la eficacia fue más pronunciado entre los mayores de 35 años que entre los menores de esa edad y el estudio también demostró que los que se infectan, a pesar de estar totalmente vacunados, tienden a tener una carga viral similar a la de los no vacunados con una infección. Por lo que el riesgo de contagio sigue; también el debate.
Sospechas de mayor marginación en vez de libertad
Si la lucha contra el virus ha tenido avances a través de la vacuna también ha evidenciado, como se ha dicho, las tragedias que ocasiona un sistema injusto y hegemónico como el capitalismo, basado en una noción de superioridad y mesianismo cultivada por la modernidad occidental.
Occidente es el mundo de las soluciones tecnológicas y la idea de los pasaportes vacunales acrisola la evidencia de ese pensamiento mágico en el que todo se puede lograr con mecanicismo y racionalidad instrumental.
Susan Michie, profesora de psicología de la salud en el University College de Londres, y miembro del Grupo Científico Independiente de Perspectivas de Comportamiento (SPI-B), comenta que "la idea de los pasaportes de vacunas, cuando no se ha ofrecido a todo el mundo la vacunación y cuando hay disparidades que no se han abordado adecuadamente, es muy problemática".
Agrega que es inevitable que se produzca un aumento de las "divisiones sociales entre los distintos sectores de la sociedad", existe el riesgo de que los no vacunados (por las razones que fueran) sean sujetos de marginación.
Si el ruido de las teorías de conspiración perturba el debate, también lo hace la sospecha que generan actores como Tony Blair, cómplice de la invasión a Irak. Su Instituto Tony Blair para el Cambio Global publicó un informe titulado "Menos riesgo, más libertad" en el que los autores señalan que "el estado de las vacunas importa". Escriben sobre un "sólido pase Covid" que podría utilizarse para facilitar una movilidad prácticamente sin obstáculos.
En términos de movimiento internacional, "proponemos que cualquier persona que esté totalmente vacunada sea libre de viajar a y desde cualquier país actualmente designado como verde sin que se requiera ninguna cuarentena o prueba". En cuanto a los entornos nacionales, los autores propusieron "que cualquier lugar o entorno que quiera admitir solo a los vacunados pueda hacerlo".
Da mucho qué pensar que un fraguador de guerras propugne este tipo de decisiones que, por cierto, no parten de las demandas populares sino de controversias en las que las farmacéuticas, el sector científico y autoridades sanitarias establecen puertas giratorias.
Algunos de los asesores del gobierno británico también son escépticos. Otro catedrático de psicología social, John Drury, también miembro del SPI-B, se opone a "crear una división entre los que tienen el pasaporte y los que no", una situación que estaba destinada a "reforzar y reproducir las desigualdades de grupo existentes". Drury también señaló otros factores que se opondrían a la utilización de dicho pase: el gran número de personas que aún no han sido vacunadas, entre ellas "las que no pueden vacunarse por razones médicas, las que no están en la lista de prioridades, las que no han encontrado la oportunidad, las que tienen dudas y las que son anti-vaxx".
La Comisión Europea (CE) ha decidido crear un Certificado Verde Digital para "facilitar el movimiento libre y seguro dentro de la UE durante la pandemia de covid-19", el reglamento que rige la decisión es una ley por decreto que todos los Estados miembros de la UE deben implementar en sus propias jurisdicciones como ley estatal. Por lo general, los Estados miembros pasan por hasta dos años de debate parlamentario y ratificación de las regulaciones de la CE, que automáticamente se convierte en ley dos años después de la publicación por parte de la Comisión o antes.
El decreto de toda la Unión Europea (UE) para un pasaporte de vacuna / Covid que es en realidad una tarjeta de identificación digital que rastrea al portador, se aplicará a todos los 27 Estados miembros y a los 447 millones de habitantes, ninguno de los cuales tuvo voz en su elaboración, aunque se permite cierta negociación a los Estados miembros.
Postales de un posible apartheid
Como todas las categorías conocidas de invisibles por pobres o indocumentados, los pasaportes vacunales se perfilan como rígidas jerarquías de cumplimiento, vigilancia y división en sociedades donde los últimos 40 años se ha concentrado el poder, la opinión, los imaginarios y la fuerza de trabajo en los intereses de una pequeña élite corporativa.
Formadores de opinión y modeladores de conducta como los políticos y medios de comunicación están bajo el mando e influencia de empresas comerciales obsesionadas hasta la psicopatía por maximizar los beneficios y externalizar los costos, es decir, trasladar el legado tóxico de sus modelos de negocio a los pobres (dentro y fuera de aquellas fronteras) y a las generaciones futuras.
Han acumulado una gran riqueza porque su narcisismo, avaricia y sectarismo les llevó a captar la cima de las jerarquías sociales, no porque sean extraordinarios visionarios de los negocios. Desde allí dan forma a los valores sociales por los que el resto de la gente debe vivir, en otras palabras, el modelo a seguir de muchos despistados es el empresario con dinero y poder que dice haber llegado a esa condición mediante el trabajo. Nadie le cree, nadie tiene pruebas, pero pocos lo dudan.
Esas mismas personas que atomizan el sentido comunitario, que crearon un modelo económico depredador-presa, que destrozaron el planeta con su avaricia, que se hicieron megamillonarios durante la pandemia, que hicieron una religión de la ortodoxia neoliberal, le dicen a las clases trabajadoras megaendeudadas y precarizadas que deben confiar en que los intereses colectivos yacen en sus corazones.
De repente, tras muchos meses de contracción económica, cuando Big Pharma sigue ganando dinero abundante y rápido, produciendo y vendiendo vacunas a gobiernos desesperados y a sus poblaciones. Cuando otras corporaciones exigen una vuelta apresurada a la normalidad mediante programas de vacunación improvisados, sus obedientes medios de comunicación y la clase política se sorprenden porque la clase trabajadora manifiesta desconfianza y protesta.
Es así como se han satanizado las emergentes protestas en varios puntos de Europa contra los pasaportes vacunales. Más que quedarse en la simplificación de la defensa o ataque a las personas antivacunas, está la pregunta que debería hacerse una sociedad basada en la racionalidad: ¿Qué es lo que está por debatirse cuando debe intimidarse a la gente para que se proteja de una enfermedad producida, diseminada y por todo el entramado agro-urbano-industrial en manos de unos pocos?
De hecho, la misma lógica acumuladora con la que esas sociedades concentraron millones de dosis de vacunas en sus territorios y se negaron a compartir patentes para que otros países pudieran producirlas es la que subyace a un posible apartheid vacunal que no sería sino la continuidad del derrotero neoliberal impuesto a millones de personas en el mundo.
¿Hacia el tecnofascismo?
Cada vez más aspectos de la vida cotidiana dependen de las tecnologías digitales, que conllevan muchos beneficios y, al mismo tiempo, reducen la diversidad de formas culturales de conocimiento y subordinan cada vez más el pensamiento y los comportamientos humanos a los algoritmos y cálculos mientras series y películas nos dicen que pudiera ser peor pero no lo es.
La cultura occidental ha migrado a un discurso tecnofascista eficiente y con un potencial totalitario que sostiene un sistema que, ya desde antes de la digitalización, no toleraba la disidencia. Sobre el mito moderno del progreso, basado en una disponibilidad infinita de materia y energía, están las bases conceptuales y morales de un relato en el que el ser humano controla a la naturaleza porque es mecánica, predecible y, a su vez, se rige estrictamente a través de la selección natural.
Los fundamentos morales del tecnofascismo se alinean con los valores del capitalismo de mercado y la ideología orientada al progreso de la ciencia que raya en el cientificismo, descalifican a todo aquello que critique su colaboración estrecha con la voracidad consumista, colonialista, saqueadora y promotora del consumismo. Está alineado con lógicas depredadoras que están desconfigurando ecosistemas y estilos de vida alternativos como los bienes comunes culturales.
Es una contradicción a sus propios postulados mecanicistas y liberales el hecho de que se impongan mecanismos de control a partir de tecnologías biomédicas impuestas y en proceso de desarrollo. Esto queda claro cuando son pocos los esfuerzos que se hacen para implementar medidas como el 7+7 venezolano, en el que se sacrifica un poco la marcha de la "economía" en favor de disminuir las probabilidades de contagios masivos.
Causa curiosidad que no se masifiquen los tests de anticuerpos para que la ciudadanía pueda demostrar si tiene o no inmunidad contra los efectos del SARS-CoV-2, pero queda claro que han modelado y calculado todo en función de la acumulación.
Los Estados tecnofascistas necesitan tecnólatras que dependan cada vez más del procesador y de un sistema educativo que contribuya a una conformidad de pensamiento al servicio de los intereses de las élites controladoras de científicos, médicos, informáticos e ingenieros, jefes de empresas y el complejo industrial-militar. De esta manera podrán erosionar las naciones y, con ellos, la diversidad sociocultural de los pueblos, vital para las soberanías.
Se sabe que las tecnologías digitales tienen usos indispensables desde la medicina, la investigación científica, la supervisión y el mantenimiento de la infraestructura tecnológica y económica de la sociedad, la educación y casi todas las facetas de la cultura industrial y dependiente del consumo. Sin embargo, también han introducido cambios culturales irreversibles, como la pérdida de la motivación a la participación política.
No se participa porque las redes sociales hacen creer que ya se participa de algo. De ahí que las "denuncias" en redes (o tuitazos) den la impresión de lucha y militancia cuando la sistemática construcción de poder popular y la real movilización social son dejadas tímidamente de lado.
El Norte Global induce y exporta la erosión de los patrones de solidaridad mutua, fundamentales para reducir la dependencia de las élites y el consumismo, mientras las propias formas occidentales de pensamiento que sacralizan lo vivo y fortalecen nexos socioecológicos desaparecen en el exotismo.
Hoy el centro de atención está en el conocimiento y la información premasticados en memes, eslóganes y frases hechas que sirven de base para la toma de decisiones políticas. La desinformación es disfrazada de instantaneidad, exactitud de los hechos y de información objetiva porque, vía Internet, podemos tener ojos en todos lados. La hiperconexión digital acompaña a la desconexión social y ello ha influido en el desenvolvimiento de las poblaciones durante la pandemia.
El darwinismo social puesto a prueba
Mientras varios países asiáticos y pocos occidentales pudieron atravesar con éxito el confinamiento, otros, en los que la austeridad neoliberal deterioró tanto sistemas de salud como derechos laborales, colapsaron en casos y pérdidas económicas. No se trata solo de contrastes entre sociedades turbocapitalistas y otras colectivistas; está el caso de Corea del Sur, en donde se apostó por una rápida movilización de los conocimientos científicos, por la realización inmediata de pruebas masivas, por el rastreo exhaustivo de los contactos y por el distanciamiento social.
Casi todo se acató de manera voluntaria por la ciudadanía, no impuesta por el poder central, lo que hizo que no fuera necesario restringir drásticamente los movimientos ni cerrar los aeropuertos. Según el periodista y analista geopolítico Pepe Escobar, en Hong Kong y Taiwán el éxito radicó en los innumerables vínculos profesionales entre sus sistemas de asistencia sanitaria y de salud pública.
En Wuhan (China) se desplegó el Big Data a través de miles de equipos de investigación, buscando individuos posiblemente infectados, eligiendo quiénes debían estar en observación y quiénes debían ser puestos en cuarentena, mientras la UE, especialmente la CE, reaccionaba pocas semanas después con muestras de impotencia y falta de preparativos serios, cerraron las fronteras, acapararon los escasos equipos disponibles y cada nación por su lado dejó a Italia totalmente sola.
No es lo mismo, ni importan las tecnologías, cuando un Estado o comunidad de países asume responsabilidades sobre todo el colectivo que cuando ese Estado o comunidad funciona a partir de dejar gente atrás porque es la base de su doctrina social.
Se trata de contratos sociohistóricos que parte de individualidades desnudas y acósmicas, sin el mínimo vínculo con el saber local, la naturaleza o la Tierra, que ignoran y silencian totalmente el contrato natural y la naturaleza dialogante de nuestra especie. Así como se ejerce el poder corporatocrático, desentendiéndose de la gente, se modela a la gente con la ilusión implantada de que el ser humano está por encima y fuera de la naturaleza y que el propósito es dominarla y poseerla. En línea con el legado de los padres fundadores de la modernidad, Descartes y Bacon.
Capitalismo de vigilancia, edición sanitaria
No solo la discriminación gira en torno a vacunados o no vacunados, las autoridades sanitarias del Norte Global han establecido una especie de discriminación a las marcas de vacunas, para lo cual han limitado el acceso de la población a fármacos del mismo propósito elaborados fuera del área de influencia otanista.
El requisito esencial para obtener dicho pasaporte es demostrar que la ciudadanía se ha inoculado una vacuna aprobada por la Agencia Europea del Medicamento (EMA). Aunque los Estados miembros podrían decidir si aceptan vacunas que la EMA aún no ha aprobado, esto no tranquiliza debido a los variados enfoques que esos Estados han adoptado en el mercado internacional de las vacunas. Ni hablar de lo que pasa si se desea entrar a Estados Unidos habiendo sido inoculado con una vacuna cubana o rusa.
En febrero pasado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió que "todavía hay incógnitas críticas sobre la eficacia de la vacunación", como la lucha contra las variantes del SARS-CoV-2, la duración de la protección tras la vacunación, el momento de las dosis de refuerzo y si la vacunación ofrece protección contra la infección asintomática.
El epidemiólogo Christopher Dye y la socióloga Melinda C. Mill señalaron en la prestigiosa revista Science que "el mayor riesgo es que a las personas para las que la vacunación es inaceptable, no probada, inaccesible o imposible, se les niegue el acceso a los bienes y servicios".
Consideran los diversos casos en los que puede manifestarse la desigualdad: minorías étnicas reacias a vacunarse; falta de datos sobre la eficacia de la vacuna para personas de riesgo (mujeres embarazadas, por ejemplo); inmigrantes indocumentados a los que no se puede llegar; la brecha tecnológica digital; y los requisitos de elegibilidad.
Los sistemas de vigilancia, utilizados cada vez más para anticiparse a actos de terrorismo se entremezclaron con las plataformas digitales y hoy forman parte de un metaestado policial que eficientemente detecta las posibles fuentes de disidencia, pero también abarca tecnologías que violentan la privacidad y modelan opiniones.
El activista ambiental y escritor Chet Bowers afirmaba que su agenda social incluye la imposición de barreras a la capacidad de voto de la gente; el uso del sistema penitenciario para controlar a un gran segmento de la población pobre y no blanca; el entrelazamiento de las religiones fundamentalistas y los segmentos del gobierno centrados en la seguridad nacional, y el uso de las fuerzas armadas para globalizar el modo de vida estadounidense; la supresión de los derechos humanos básicos, especialmente de las mujeres; el debilitamiento de los derechos de los trabajadores a organizarse con el fin de oponerse a ser explotados; y la autorización de elecciones fraudulentas en las que los súperricos pueden controlar el resultado de las elecciones estatales y federales.
En un planeta que encara limitaciones en sus fuentes de proteínas debido al calentamiento y la acidificación de los océanos, entre otros escenarios de colapso en los sistemas ecológicos, se producirá un mayor malestar social en respuesta a una variedad de problemas que los gobiernos controlados por la plutocracia no han abordado.
La crisis ecológica que parece cada vez más profunda se convertirá en la nueva normalidad y el tecnofascismo avisa en el horizonte que será la contención. En su libro Techno-Feudalism, el economista de La Sorbona, Cedric Durand, sitúa la Era Digital en el contexto más amplio de la evolución histórica del capitalismo para mostrar cómo el consenso de Washington acabó haciendo metástasis en el consenso de Silicon Valley que califica como la "ideología californiana". Las innovaciones son un hecho consumado e inconsulto, manejadas más por necesidades mercantiles que humanas.
No fue el Dios Mercado el que ungió a las Big Tech con la jerarquía social de conducir a las sociedades sino los jugosos contratos provenientes del complejo industrial-militar y del complejo aeroespacial, es decir de la guerra y la conquista del espacio. Ya desde esta cátedra se ha explicado cómo los datos se convierten en ganancia para estas empresas cuyas plataformas digitales se convierten en "feudos": viven de su vasto "territorio digital" poblado de datos y se benefician de él, al tiempo que se aferran al poder sobre sus servicios, que se consideran indispensables.
Dominan el territorio mediante la vinculación de siervos. Los señores se ganan la vida con el poder social derivado de la explotación de sus dominios, y eso implica un poder ilimitado sobre los siervos, siempre concentrado.
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Quedan preguntas en el aire:
- Según los mismos epidemiólogos y las farmacéuticas, las vacunas anticovid siguen en proceso de investigación y desarrollo y no se ha llegado al óptimo de su escalamiento. ¿Cómo pueden prevalecer sobre el derecho a la movilidad?
- ¿Cómo terminan definiendo de qué lado de la sociedad están determinados ciudadanos?
- ¿Podrá la pandemia ser una oportunidad para rehacer las sociedades, valorar lo colectivo, lo común, el bien público, y para no rendir culto en el altar del beneficio y la codicia?
Responder "sí" o "no" sería insuficiente.