Mar. 03 Diciembre 2024 Actualizado 5:13 pm

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La cultura de la cancelación está integrada al proyecto tecno-feudalista (Foto: Financial Times)

El romance del Big Tech con la cultura de la cancelación

Este mes, varios de nosotros –Scott Ritter, ASB Military News, mi persona, entre otros– fuimos cancelados por Twitter. La razón no declarada: estábamos rebatiendo la narrativa oficialmente aprobada sobre la guerra Rusia/OTAN/Ucrania.

Esto fue algo predecible, como todo lo relativo al Big Tech. Apenas duré siete meses en Twitter. Y eso fue suficiente tiempo. Contactos en California me dijeron que estaba en su radar debido a lo rápido que había crecido la cuenta, y su enorme alcance, en particular luego del inicio de la Operación Z.

Celebré este acto de cancelación experimentando una iluminación estética en el Mar Egeo, el hogar de Heródoto, padre de la historia. Además de esto, fue reconfortante ser reconocido por el gran George Galloway en su homenaje conmovedor a los blancos del nuevo macartismo.

En paralelo a esto, la expectativa de la libertad de expresión siendo salvada por la intervención benigna de Elon Musk ofreció una pausa humorística del tipo "Mars Attacks".

El tecno-feudalismo es uno de los temas predominantes en mi último libro, Los furiosos veinte, publicado a inicios de 2021 y reseñado aquí de forma reflexiva y meticulosa.

La cultura de la cancelación está integrada al proyecto tecno-feudalista: o cumples con la narrativa hegemónica o sufre las consecuencias. Yo sabía que, en mi caso, el día del juicio era inevitable en relación a Twitter y Facebook –dos de los guardianes del internet, junto a Google–, porque, como otro sinnúmero de usuarios, había sido previamente enviado a esas "cárceles" infames.

En una oportunidad, en Facebook, envié un mensaje agudo destacando que era un columnista/analista de una compañía de medios bien establecida, radicada en Hong Kong. Algún ser humano, y no un algoritmo, debió haberlo leído, porque la cuenta fue restablecida en menos de 24 horas.

Pero luego la cuenta fue sencillamente inhabilitada, sin ninguna clase de advertencia. Solicité la "revisión" proverbial. La respuesta fue una exigencia de prueba de identidad. En menos de 24 horas después de eso llegó el veredicto: "Su cuenta ha sido inhabilitada" porque no ha seguido los muy nebulosos "estándares de la comunidad". La decisión fue "revisada" y "no puede revertirse".

Lo celebré con un mini-requiem budista en Instagram.

Para ese entonces, mi página de Facebook impactada por un misil Hellfire claramente le identificaba al público en general quién yo era: "Analista geopolítico en Asia Times". El hecho es que los algoritmos de Facebook cancelaron a un columnista de Asia Times, con una trayectoria comprobada y un perfil de alcance global. Los algos nunca han tenido las agallas (digitales) de hacerle lo mismo a un columnista de alto nivel del New York Times o del Financial Times.

Los abogados en Hong Kong de Asia Times le enviaron una carta a la gerencia de Facebook. Predeciblemente, no hubo ninguna respuesta.

Por supuesto, pasar a ser un objetivo de la cultura de la cancelación –dos veces– ni remotamente se compara con el destino de Julian Assange, encarcelado por más de tres años en Belmarsh en las circunstancias más escandalosas, y a punto de ser enviado a “juicio” en un gulag estadounidense por el delito de ejercer periodismo. No obstante, aplica la misma "lógica": el periodismo que no sigue la línea de la narrativa hegemónica debe ser eliminado.

Obedece o sufre las consecuencias

En aquel entonces discutí el asunto con varios analistas occidentales. "Estás ridiculizando al presidente de los Estados Unidos mientras señalas los elementos positivos de Rusia, China e Irán. Eso es una combinación mortal", como lo puso de forma sucinta uno de ellos.

Otros sencillamente estaban anonadados: "Me pregunto por qué te restringieron cuando trabajas para un medio respetable". O establecieron las conexiones evidentes: "Facebook es una máquina de censura. No sabía que podían no ofrecer razones sobre el por qué lo hacen, pero son parte del estado profundo".

Una fuente en la banca que frecuentemente coloca mis columnas sobre el escritorio de un selecto grupo de Amos del Universo lo pone en términos neoyorquinos: "J******e severamente al Atlantic Council". Sin espacio a la duda: el espécimen que supervisó la cancelación de mi cuenta era un ex charlatán del Atlantic Council”.

Al editor y escritor Ron Unz en California le purgaron la cuenta de Facebook en abril de 2020 de su famosísimo portal Unz Review. A continuación, lectores que intentaron postear artículos de la página se toparon con un mensaje de "error" que describía su contenido como "abusivo".

Cuando Unz le mencionó mi caso al renombrado economista James Galbraith, "realmente estaba asombrado, y pensó que esto señalaba una tendencia de censura muy negativa en internet".

La "tendencia de censura" es un hecho, desde hace ya un buen tiempo. Tomen por ejemplo este informe del Departamento de Estado de 2020 identificando a los "pilares del ecosistema de desinformación y propaganda rusa".

Directriz del Departamento de Estado

El informe de la era Pompeo demoniza los portales "radicales con mentalidad conspirativa" que resultan ser extremadamente críticos con la política exterior de los Estados Unidos. Incluyen Strategic Culture Foundation basado en Moscú –donde soy columnista– y Global Research, radicado en Canadá, que republica la mayoría de mis columnas (pero también lo hacen Consortium News, Zerohedge y muchos otros portales estadounidenses). Me citan por mi nombre en ese informe, junto a unos cuantos columnistas de alto nivel.

La "investigación" del informe declara que Strategic Culture –que está bloqueado por Facebook y Twitter– es dirigido por el SVR, el servicio de inteligencia exterior ruso. Esto es ridículo. Conocí en Moscú a los editores anteriores, jóvenes, energéticos, con mentes inquisitivas. Tuvieron que renunciar a sus trabajos porque luego de ese informe comenzaron a ser severamente amenazados online.

Así que la orden proviene directamente del Departamento de Estado, y eso no ha cambiado bajo Biden-Harris: cualquier análisis de la política exterior de Washington que se desvíe de la norma es una "teoría de la conspiración", terminología que fue inventada y perfeccionada por la CIA.

Junten esto con la asociación entre Facebook y el Atlantic Council –que es, de facto, un think tank de la OTAN– y ahora tenemos un verdadero ecosistema poderoso.

La vida es maravillosa

Cada fragmento de silicón en el valle conecta Facebook a una extensión directa del proyecto LifeLog de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa (DARPA, en inglés), un intento del Pentágono de "construir una base de datos que rastree la totalidad de la existencia de una persona". Facebook lanzó su portal exactamente el mismo día –4 de febrero de 2004– que DARPA y el Pentágono cerraron LifeLog.

DARPA no ofreció explicación alguna. David Karger del MIT en aquel momento dijo: "Estoy seguro de que dicha investigación continuará siendo financiada bajo otro nombre. Se me hace imposible imaginar a DARPA 'abandonando' un área de investigación tan decisivo".

Por supuesto, la evidencia madre que conecta directamente a Facebook con DARPA nunca se le será permitido emerger a la superficie. Pero ocasionalmente alguno de sus actores esenciales se manifiestan, como Douglas Cage, nada más y nada menos que el conceptualizador de LifeLog: "En este punto Facebook es el verdadero rostro del seudo Life-Log (…) Hemos terminado suministrando el mismo tipo de información personal detallada a los publicistas y los corredores de data sin provocar el tipo de oposición que provocaba LifeLog".

Así que Facebook no tiene absolutamente nada que ver con periodismo. Sin mencionar la pontificación sobre el trabajo de un periodista, o asumiendo que está calificado para cancelar a él o ella. Facebook es un "ecosistema" construido para vender data privada con ganancias exorbitantes, ofreciendo un servicio público como una empresa privada, pero sobre todas las cosas compartiendo con el estado de seguridad nacional de los Estados Unidos la información acumulada de sus miles de millones de usuarios.

La resultante estupidez algorítmica que Twitter también comparte –incapaz de reconocer matices, metáforas, ironías, pensamiento crítico– está perfectamente integrada a lo que el ex analista de la CIA, Ray McGovern, brillantemente bautizó como el complejo militar-industrial-congresional-inteligencia-medios-academa-think tanks (MICIMATT, en inglés).

En los Estados Unidos, al menos el inusual experto en el poder de los monopolios identificó este impulso neo-orweliano como algo que está acelerando "el colapso del periodismo y la democracia".

Facebook "haciendo fact-check a periodistas profesionales" no llega siquiera a calificar como algo patético. De otro modo Facebook –y no analistas como McGovern– hubiesen desmontado el Russiagate. No cancelaría rutinariamente a periodistas y analistas palestinos. No inhabilitaría la cuenta de Mohammad Marandi, profesor de la Universidad de Teherán que de hecho nació en los Estados Unidos.

He recibido unos cuantos mensajes diciendo que haber sido cancelado por Facebook –y ahora por Twitter– es una medalla de honor. Bueno, nada es permanente (budismo) y todo fluye (taoísmo). Así que haber sido –dos veces– eliminado por un algoritmo califica en el mejor de los casos como un chiste cósmico.


Publicado originalmente en Consortium News el 21 de abril de 2022, la traducción para Misión Verdad fue realizada por Diego Sequera.

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